lunes, 31 de enero de 2011

Sesión Hitchock

Desde estas navidades he visto 4 películas de Hitchock. La primera fue "El hombre que sabía demasiado": un remake de una antigua película de los años treinta del propio Hitchcock. James Stewart y Doris Day son un matrimonio que viajan a Marruecos de vacaciones y allí conocen a un hombre de negocios francés y también a un matrimonio británico. Se acercan a un mercado y allí le revelan un secreto sobre un atentado político. Entonces su hijo, el hijo de Stewart, es secuestrado. Amenazan con matarlo si Stewart va a la policía. La película, al menos a mí, no consiguió engancharme y su extraño humor ingles me pareció esta vez un tanto absurdo. Puedo entender que la crítica la subestime. La melodía de "Que será, será..." se llevó el Óscar a la mejor canción y el director de orquesta que aparece en el Albert Hall es el gran Bernard Herrmann. Después vi: "La sombra de una duda": Joseph Cotten y Teresa Wright.

En esta sí. En esta no cabe duda de que Hitchock es uno de los mejores narradores y creadores de personajes del Cine. Cotten (Charlie en la película), tío de Wright (también Charlie en la película), llega a un tranquilo pueblo, Santa Rosa, donde vive su hermana con sus tres hijos y su marido. Pero Charlie, el tío Charlie, pasa de héroe a Villano. La grandeza de la película reside en sus personajes y en cómo evolucionan: pero el gran error es su absurdo final. ¿Por qué no contempla Hitchock la posibilidad de dejar que Cotten se vaya? Es genial como nos hace dudar incluso a los espectadores, al comienzo de la película. Y a su propia sobrina que acaba por convencerse gracias a la misantropía y odio por las viudas de su tío Charlie. Un apunte, muy graciosos los aprendices de asesino. "Sabotaje" fue la tercera película. En Francia, los zuecos, se denominan "sabots". Su etimología dice así: en el siglo XVIII un grupo de obreros textiles colocaron estos "sabots" en las máquinas para obstaculizar a las empresas. En la película un grupo de Nazis (película de 1942) sabotea mediante un incendio una fábrica de armamento. Uno de sus empleados es acusado de haberle pasado a su propio amigo un extintor lleno de gasolina y este, inocente se da a la fuga para intentar

demostrar su inocencia. La película es la antecesora de la gran "Con la muerte en los talones", eso seguro. Para mí, la mejor escena, la de las esposas del fugitivo y la casa del señor que era ciego, tío de la amada de Barry. En la parte final de la película el héroe obrero tratará de evitar el sabotaje de un barco ya en pleno New York. El film te mantiene atento en todo momento y hay más de un discurso bueno en la película, sobre todo en la casa de la rica neoyorquina. Pero la más absurda, la mejor, para mí, de las películas que últimamente he visto de Hitchock es esta: Pero ¿quién mató a Harry? Cuenta la leyenda que Hitchock adquirió como anónimo los derechos de la novela de Jack Trevor por 11.000 dólares para que el escritor no subiera el precio al reconocerlo.


Un hermoso e idílico pueblecito campestre en Vermont durante día otoñal. Aparece un cadáver, este es Harry. Un frustrado capitán Edmund Gwenn, que cree lo ha matado en un accidente de caza, entierra, desentierra y transporta varias veces a Harry. Entonces aparecen Shirley MacLaine (la joven viuda) y John Forsythe (el pintor abstracto). Lo mejor de la película, a parte de la escena en la que introducen al muerto en la bañera y hacen callar al niño, son sus esperpénticas disquisiciones sobre qué hacer con el pobre Harry para evitar las preguntas del sabueso Sheriff del pueblecito. Deliciosa. Deliciosa para todo al que le gusten las locuras y lo absurdo. Un rara avis de Hitchcok que me recordó bastante a la genial "The Rope, La Soga". Hay un muerto, pero Hitchock, muy alegre, elude y prescinde del tema de la muerte. Incluso su esposa se alegra de que Harry haya muerto. Por cierto, la jovencita Shirley MacLaine era la hermana del mítico Warren Beatty, aunque su nombre artístico indique lo contrario.

lunes, 10 de enero de 2011

Árbol de Sangre

Quizás no sea este el mejor momento para hablar de arboles genealógicos, pero lo vamos a intentar. Cuando la gente me pregunta "¿De dónde eres?"yo normalmente, aunque depende de quién formule la pregunta, respondo que de Tui; siempre me enseñaron que uno es de donde nace. Viví en esta ciudad hasta los 7 años, edad en la que me trasladé, junto a mis padres a la casa que estaban haciendo en Budiño, una especie de aldea residencial que pertenece a O Porriño pero que en realidad está a la misma distancia de este pueblo que de Tui. Pues bien, la sangre tudense me llega por arteria materna. Mi madre tiene 5 hermanos: Juana, Roberto, Luis, Cándido y Elías, hijos de Carmen y Elias Antonio, alias O Cholas. Los padres de mi abuela, que paradójicamente se crió en Budiño, se llamaron Rosa Martínez Ramírez y Manuel Besada Fernández, quien era ebanista. Los padres de mi bisabuela, esto es, de Rosa, a su vez eran Evaristo y María, de los que desconozco su profesión. Los padres de Manuel, en cambio, se llamaban Juaquina y Rosendo, que era carabinero/guardia civil.


Por otra parte, los padres de mi abuelo tudense se llamaron Cándido Pérez, alias Zapata, cuya profesión era guardia municipal y Encarnación Diamantina Peixoto Pereira, de nacionalidad portuguesa. Los padres de Candido eran Juana y Antonio, que se dedicaba al contrabando de gallinas y murió ahogado en el Miño.




martes, 4 de enero de 2011

Una mañana perdida

Llego en punto a la biblioteca y me encuentro con esto: Días 24 y 31 cerramos. Me encuentro en uno de los pueblos más feos de toda Galicia, a las 9 de la mañana, totalmente solo. En cambio, tengo buen sabor de boca porque todavía conservo el aroma del Nespresso que acabo de disfrutar en casa. No me apetece otro café y doy un paseo por el pueblo. Es curioso que a primera hora de la mañana los únicos puntos de luz sean los bancos. No es una mañana fría. Las calles están desiertas y trato de imaginarme cómo sería estar en casa, bajo las mantas. Me entran un par de escalofríos y finalmente decido ir a tomar un café. El bar mas cercano es uno muy céntrico. El ambiente es tétrico. Ni un ápice de buen gusto. No se si es peor el ambiente de casposo banquero que se respira o la voz chillona y demasiado enérgica para estas horas del amago de camarero. Desde mi rincón distingo dos zonas con mucha claridad: la barra y las mesas. La primera zona es la burguesa: gente con traje que se mete el dedo en la nariz, literalmente. Uno de ellos parece una buena persona: lleva ropa elegante pero sin ir de traje, es el que menos habla, no fanfarronea con el camarero y escucho que sus hijos ninguno ha estudiado económicas sin que parezca muy afectado.

El ambiente casposo habla de política. Ahí ya no entro, se haría demasiado largo. La segunda zona es la de las mesas. Gente mundana, sin traje. Aquí me senté yo. Gente de las tiendas y de la frutería que lindan con el establecimiento. Hay una pareja donde el chico parece que tiene cáncer. Detrás, junto a la ventana lo que parece un mecánico, por su mono de trabajo. Mas tarde entran una chica y su abuela, apuesto que esta es su parada previa al centro médico. A mi lado se sienta lo que la gente llamaría una choni, siempre abundantes en Porriño. La acompaña su amiga gorda y maja, la que aguanta las gilipolleces de la que se pinta la cara para tomar un café a las 9 de la mañana. Faltaban los gitanos, que entran mientras escribo sobre la choni: ostentando poderío se sitúan en la primera mesa del local.

Al cabo de unos minutos entra un chico con el pelo teñido, vamos, con mechas. Lo primero que hace es fijarse en la choni de mi vera. Después de un par de vistazos descarados se aleja, compra tabaco y se va. Hasta es posible que se conozcan. Tiene mérito mi entrada, escribí todo esto antes de darme cuenta de que a todos sus conocidos casposos y clientes habituales de la zona humilde les había dado un bizcocho de fin de año para acompañar el café: a todos menos a los gitanos y a mí.

Cuando me iba, después de pagar con el billete más alto que tenía con la intención de robarle el mayor cambio posible, me dijo "¿que tal todo?". Y como a mi me encanta satisfacer la curiosidad de los demás le espeté: "el café muy cargado, pero el bizcocho ha estado muy bien". Por un momento se calló, dejó de hacer el imbécil y paró de fingir.