En el retrato oficial de Vespasiano podemos destapar con relativa facilidad dos corrientes; una más verística, en la senda de la tradición del retrato republicano (de la que el mejor y más famoso ejemplar es la cabeza numero 659 de Copenhague) y otra, oficial, de gusto neoclásico, con la que se relaciona el retrato que aquí se presenta, perteneciente a una estatua colosal que nos ha llegado en parte. Se ha descubierto en el Campo de la Magna Mater de Ostia. El rostro tosco y de rasgos vulgares del emperador aparece aquí fuertemente idealizado: todo el tratamiento de la superficie amplía los planos, sutilmente entrelazados y movidos para conferir particular énfasis y luminosidad al retrato, en el que ojos, nariz y boca se insertan con ulteriores notaciones de claroscuro. También el cabello, con su franja muy corta sobre la alta frente (similar en ello al retrato de las primeras acuñaciones monetarias) parece tratado sólo en superficie. Muy probablemente se trata de un retrato póstumo basado en los tipos de alrededor del 70d.C. y que, como todos (esto habría que matizarlo) los retratos post mortem, pretende presentar una imagen idealizada y no realista de Vespasiano, según los cánones del clasicismo de la época flavia mas avanzada.En cambio los personajes retratados se nos ofrecen en esta época más asequibles y llanos. Pierden aquellas actitudes, aquella corrección académica y cortesana, para ganar en sinceridad que llega hasta el abandono y el descuido en gestos y presencias. El ejemplo lo daban los mismos emperadores. Singularmente, el retrato de Vespasiano, con su aire plebeyo y astuto, tal como lo vemos en la efigie de Florencia o en la del Museo de las Termas o en otras en las que a veces se hace sumamente perceptible aquel gesto esforzado de la cara, como el de alguién que está “descargando su vientre” según palabras de Suetonio.
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