Ayer, con millones de arenas a mi alrededor y unos cien barcos de vela corriendo una regata en frente, con rayos de Sol que apenas podían atravesar las nubes, leí un texto de Trapiello de su ya citado "Locuras sin fundamento". ¿Cuántos golpes dan las olas, a lo largo del día, en las rocas?¿Cuántas veces me han hecho callar, dejar de leer, y, contemplarlos? ¿Cuántas veces deja uno de leer por estar pensando en otra cosa? ¿En qué se piensa cuando se lee un manjar? Me dejo de preguntas retóricas y os presento caviar trapiellesco:
"Por como hablaba ella, se veía que tenía pocos complejos y que lo que más le gustaba en el mundo es seducir, incluso en los entierros. Yo la conocía de dos o tres veces más, pero nunca había permanecido tanto tiempo seguido a su lado, lo que me permitió estudiarla, que es lo que hacemos los enamoradizos sin fortuna, estudiar a las mujeres a las que no podríamos acceder ni en sueños. (...) Resulta evidente que está acostumbrada a que los hombres le pongan el mundo a los pies, aunque también en la firmeza de su boca se descubría que es de esa clase de mujeres que jamás se irían con ninguno que cometiera la estupidez de ponerse de rodillas para adorarla. No sería extraño que se hubiera casado sólo para ser infiel a su marido. Por cómo hablaba conmigo y con los otros, se conoce que tiene la humanidad dividida en dos mitades: los que la admiran y veneran , y los que no. A los del primer grupo los desprecia a todos. A los del segundo, a todos también, menos a los que quiere seducir para, una vez seducidos, incluirlos en el primer grupo."
¿Es ella quien elige a qué grupo deben pertenecer sus "amantes"?
¿Son eso, tan simples, los amantes? ¿Es todo tan poco complejo?
No querría, nunca, ser como es ella.
Pero ya decía un tal Parménides que sólo podemos pensar en lo que existe.