El Mundo Antiguo nos ha dejado los nombres de unos ciento cincuenta autores griegos, mas, de gran parte de sus obras apenas nos quedan fragmentos, simples referencias de escritores posteriores, o citas en antologías. El desastre es inmenso e irremediable. De las ochenta y tres tragedias de Esquilo únicamente conservamos siete; tenemos otras siete de Sófocles, que dejó escritas ciento veintitrés. De Eurípides sólo tenemos diecinueve de las noventa y dos. Así pues, que conservemos la Ilíada y la Odisea parece un agradable y maravilloso milagro que la Humanidad debe agradecer a aquellos que han conseguido salvarlas. Pero quizás debamos preguntarnos; ¿Cómo sería el mundo si la Ilíada y la Odisea hubiesen desaparecido por completo? ¿Cuántas obras realmente magníficas habría entre aquellas que se han perdido? ¿Cambiaría alguna de estas obras nuestra opinión actual acerca de la literatura griega en general y, en particular, sobre la Ilíada y la Odisea?
La Ilíada termina justo cuando Héctor es incinerado dentro de la ciudad entre el llanto de todos sus compatriotas. Otras narraciones posteriores, griegas (Ciclo) y romanas, nos relatan la muerte de Aquiles, a quien Paris alcanzó de un flechazo en el talón, su único punto vulnerable. Pero lo importante para nosotros es que el fin de la guerra de Troya, según esas narraciones posteriores (y también según la Odisea), se produjo gracias a Odiseo, quien ingenió un magnífico truco: hizo que los troyanos creyesen que los aqueos habían abandonado el combate y que regresaban a su patria; pero dejó ante Troya un gran caballo de madera, donde él mismo se encontraba junto a más compañeros. Hacia el anochecer los troyanos, pensando que se trataba de un regalo de los dioses, lo introdujeron en la ciudad. Troya dormía tras grandes festejos por la supuesta huída de los aqueos. Odiseo y sus hombres salieron del caballo y abrieron las puertas de Ilión para que pudiese introducirse su ejército. Troya fue saqueada e incendiada. Murieron sus hombres y sus mujeres fueron repartidas entre los vencedores. Habían transcurrido diez años. Cuando los aqueos regresaron a sus ciudades (νοστοι), sólo uno de ellos, Odiseo, se perdió en la navegación de vuelta a su patria, a Ítaca. Navegó durante en diez años a lo largo del mediterráneo, en su particular guerra; Aquí, en este punto, comienza la Odisea. Si no conservásemos la Ilíada y la Odisea y tuviésemos que reconstruir su argumento, seguramente nuestro ficticio poema épico equivalente a la Odisea daría comienzo con el maravilloso episodio del “caballo de Odiseo”, del “caballo de Troya”, pues es la primera aventura ingeniosa de Odiseo.
El argumento de la Ilíada gira alrededor de una guerra y de un mundo de valores heroicos; la Odisea es la historia de un aventurero que incita criterios ya casi opuestos y enfrentados a los de los caballeros nobles que saquearon Troya, y por lo tanto, en cierto modo, también, a los suyos propios. Odiseo evoluciona en su carácter. No es casualidad, según nuestro parecer, que el primer poema le deba su título a la ciudad de Ilión y que nuestra segunda epopeya homérica lleve el nombre de su artificioso protagonista; Odiseo.
En la Odisea tenemos, por lo tanto, a un hombre, que en su largo viaje ha permanecido alejado de su hogar durante largo tiempo, por este motivo ha sido declarado muerto, y que, a su regreso, encuentra a su mujer, Penélope, acorralada por pretendientes. Éste, podríamos decir que es el primer tema de la Odisea; lo fundamental de la historia, su guión, su argumento. Después nos encontramos con un segundo bloque temático que lo conforman los relatos de marinos, que quizás vengan de muy atrás en el tiempo y que ya se conociesen en gran medida en época de hegemonía cretense en el Mediterráneo. Existen cuentos Egipcios que nos relatan la situación de un náufrago que llegará a una isla desierta, pero llena de cosas maravillosas. Muchos especialistas creen también que Simbad está emparentado con Odiseo, pero es un primo lejano, ya que nuestro Odiseo fue viajero a la fuerza y, en cambio, por su voluntad viajó Simbad.
La novela del viajero que regresa a su hogar se hallaba ya vinculada desde los comienzos al relato de aventuras que durante largo tiempo mantuvieron al viajero apartado de su hogar. En el entorno mediterráneo, tales aventuras debían ser aventuras marítimas y por lo tanto, el héroe de tales historias se desempeña el papel del viajero y marinero que regresa al hogar después de larga ausencia. Los dos bloques temáticos que acabamos de enlazar, de entrecruzar, se hallan lejos del mundo aristocrático y heroico de los protagonistas de la Ilíada. Sin embargo, a pesar de las diferencias, éstas no modifican el hecho de que la Iliada y la Odisea estén colosalmente relacionadas (Odiseo es protagonista en ambas, aunque cambie sustancialmente su carácter). Así pues, hay distinciones entre la Odisea y la Ilíada, sin que por ellas podamos hablar de una divergencia total y plena.
En el poema supuestamente posterior, la Odisea, es el hombre, el propio hombre, quien decide su proceder, quien es responsable de si mismo, de su destino. En el caso de los pretendientes y de los compañeros de Odiseo que sacrifican los bueyes de Helios, no estamos ante una obcecación impuesta por los dioses, sino que es propia de ellos mismos. El ser humano presente en la Odisea es más libre que el de la Ilíada, pero los dioses también los son e incluso se enfrentan al hombre directamente pretendiendo amonestarlo (Poseidón). En la epopeya el único elemento maravilloso y un tanto mágico, son las divinidades y su intervención, decisiva, en el desarrollo de la acción. Descienden a la tierra con suma frecuencia y adoptan figura humana, se mezclan con los humanos para dirigirlos. Pretenden comprobar si los hombres son virtuosos o no lo son. Este mundo de la Odisea es ideal y a la vez humano, en dos planos distintos que condicionan la trama. Las divinidades mitológicas intervienen de un modo decisivo en el desarrollo de los acontecimientos que acaecen en la tierra y en las acciones de los seres humanos. Si por un lado vamos siguiendo el curso del pensar y del actuar de los humanos, por el otro los sucesos y sus intenciones se supeditan a la suprema voluntad de los dioses, pese a que entre éstos haya desacuerdo y pugna. Se trata evidentemente, de una imposición que el poeta heredó del mito; pero se entrega a ella con agrado, porque contribuye a rodear toda la acción de un profundo sentido poético y de una reflexiva meditación sobre las limitaciones de los humanos. Otros pueblos no han tenido especial problema para ir concatenando una serie de aventuras más o menos peligrosas de las que los héroes salen victoriosos. Pero en la Odisea ocurre otra cosa más interesante, si cabe: “Homero” pasa por alto el Odiseo inicial, el de la Ilíada, el “primitivo”, que tenía una astucia y una violencia desmesuradas y nos presenta a uno mucho más ingenioso y sutil. El poeta lo hace evolucionar, transforma su interior. Podríamos decir que Odiseo madura. Los compañeros de Odiseo, por su parte, como hemos visto, van sucumbiendo muchas veces por su propia culpa. Se empieza a vislumbrar un itinerario que, junto a la épica de Hesíodo, nos llevará a tratar el tema de la δικη (la justicia) que pasará pronto al epicentro del pensamiento griego, algo que veremos reflejado tanto en la lírica arcaica como en la filosofía griega posterior. Los humanos todavía son títeres de los dioses pero Odiseo es consciente de que puede elegir, en parte, su destino si actúa convenientemente. Este mayor acercamiento a lo realmente humano, a la libertad y a lo justo, de la Odisea con respecto a la Ilíada es lo que nos llevado a la elección de esta obra para nuestro comentario. Seguramente si alguien leyese ambas obras en otra época, por ejemplo en la Edad Media, donde sus valores o sus ideas estaban más cercanos a los presentes en la Ilíada que a los que alberga la Odisea, centraría con mayor ímpetu sus ojos en la primera obra del vate, en la Ilíada. Sin embargo, por nuestra moderna facilidad para emprender viajes (voluntarios o forzosos) que tan a menudo realizamos, por nuestros ventajosos medios de comunicación que ahora, a nosotros, nos permiten hablar y ver a nuestros Telémacos y a nuestras Penélopes antes de veinte años, por nuestra supuesta libertad en pleno siglo XXI, y, del mismo modo, por la época de “escepticismo” y relativismo en la que nos hallamos, por la tenue pérdida de fe, de credenciales, en la que se encuentra “nuestra” religión, quizás tengan más vigencia, más presencia, los ideales que subyugan en la Odisea. En definitiva, esta segunda epopeya homérica se nos muestra más actual, con más presencia en nuestra sociedad. En la Odisea encontramos, en lugar de las grandiosas pasiones de los personajes y los trágicos destinos de la Ilíada, un gran número de personajes, de figuras con un formato más humano y menos hierático. Todos, absolutamente, tienen algo humano e incluso cordial; en sus palabras y actuaciones está presente el ethos. El trato entre seres humanos es sin duda mucho más civilizado, mucho más afectivo (recordemos que el número de mujeres presentes en la Odisea es mucho mayor que el de la Ilíada). Ejemplos de esta mayor humanidad los encontramos en el comportamiento de Nausícaa ante la imprevista aparición de Odiseo, desnudo; en la conducta de Telémaco con su huésped Mentes, en el palacio de Néstor y Menéalo; en la diligencia Alcínoo durante la acogida y la despedida de Odiseo; y en el encuentro de éste último con el porquerizo.
Si en la primera parte del poema, cuando Odiseo se halla lejos de su patria y de su mujer siente “morriña” o añoranza, no sólo en las situaciones de peligro sino también en otras que ofrecen una serie de ventajas sobre la vida que le aguardaría si regresara a Ítaca, en la segunda parte, a partir del momento en que el héroe arriba a las costas de Ítaca le invade un profundo anhelo de reencontrarse con la tierra y con sus seres queridos, es decir, avanza hacia una nueva sensibilidad: el deseo de venganza y de la vuelta al orden preestablecido. Pretende vengar el despotismo de los pretendientes. No pretendemos caer en simples dicotomías pero quizás deberíamos mencionar que justamente este comportamiento, es decir, el despotismo, la autoridad (que poseían la gran mayoría de los personajes de la Ilíada) lo encarnan en la Odisea, casi con exclusividad, los pretendientes de Penélope, aunque las formas de trato entre Telémaco y éstos, a pesar de su mutuo odio, gozan de un cierto respeto, de cierto decoro. La Odisea, en este sentido, es un poema tan humano, tan cercano a nuestro mundo, que incluso su protagonista pasa por un mendigo. Es evidente que este cambio de matiz del poeta se debe a que una nueva etapa está dando comienzo; las realidades que plasman ambas epopeyas divergen. La Ilíada hace referencia al mundo micénico plenamente, mientras que la Odisea parece estar contextualizada y definida en la época de las colonizaciones de los jonios y los viajes por el Mediterráneo. Pero a pesar de que la Odisea seguramente sea un poema elaborado (por su tono) más recientemente, tenemos que decir que quizás sea menos original que la Ilíada, en cuanto a argumento y a focalización de la acción. En la Ilíada tenemos un poeta que trata una historia conocida por todos como es la guerra de Troya desde un punto de vista concreto, es decir, aludiendo constantemente, teniendo en el centro de la historia la cólera de Aquiles. En nuestra segunda epopeya es posible que las aventuras de Odiseo no sean demasiado originales, en cuanto a temática se refiere, es decir, seguramente habría otras composiciones orales que tratasen del mismo modo el mismo motivo, pero lo que podemos atrevernos a establecer como novedoso es la estructura del poema. Nuestro poeta no es un compilador que ha unido varias piezas; es un “vate” dotado de gran fuerza y maestría en la narración que con toda probabilidad ha utilizado soporte escrito para la configuración de su epopeya. Podemos afirmar que en Grecia en épocas anteriores al supuesto Homero había gran tradición de una poesía oral que tiene como conclusión, como colofón (y no como inicio) la épica homérica. Haciendo una comparación podríamos decir que toda la poesía oral anterior es una especie de película, de la que no nos ha llegado más que una instantánea; los poemas homéricos. Esta instantánea seguramente se produjo (tal y como hoy la conocemos) gracias al apoyo de la escritura. Sería muy complicado establecer una estructura tan compleja sin ella. La pregunta sería la siguiente: ¿Cuando es realmente posible pasar la tradicional poesía oral a soporte escrito? Se ha aplicado la teoría de los analíticos a la Odisea y muchas veces tienden a menospreciar el valor de la estructura de este poema. Todo el debate se originó con la Telemaquia que se ha considerado un agregado. No vamos a tratar el problema que plantean los analíticos, sólo diremos que, sea como fuere, la composición de la Odisea, hoy en día nos parece, por lo menos, magistral. En el poema de Odiseo los sucesos no siguen un orden estrictamente cronológico. Por un lado coexisten y se simultanean acciones que transcurren en los mismos días pero en lugares distantes, como el regreso de Odiseo y su búsqueda por Telémaco; y por el otro el héroe narra sus anteriores aventuras ante la corte de Alción, cuando ya están a punto de llegar a su término. Gracias a este recurso los hechos son expuestos en primera persona por el propio Odiseo, lo que ensancha la vida del relato y su carácter íntimo y subjetivo. La acción de las navegaciones de Odiseo, pues, se inicia in medias res, procedimiento de organización del poema que imitará Virgilio y que seguirán un sinfín de narradores. Hemos observado recientemente con atención los tres libros que nos parecen fundamentales para examinar la figura del protagonista de la Odisea: las dos epopeyas homéricas y el Ulises de Joyce. Como ya hemos mencionado en el primero de los poemas se nos muestra un héroe primitivo, distinguido, caballeroso; un digno rey de Ítaca. En nuestro poema, la Odisea, estamos ante un sufrido y errabundo Odiseo que por sus desventuras tiene que ser necesariamente inteligente, perspicaz, astuto, artificioso, llegando casi a lo picaresco. Por último en la extensa obra de Joyce nos topamos con la antítesis de los anteriores Odiseas; se trata de una especie de cruel paradoja. El Odiseo de nuestro poema viaja durante 20 años antes de volver junto a la fiel Penélope. Joyce nos relata un día en la vida de Leopold Bloom, antes de volver con su infiel esposa Molly (cuyos placeres con el tenor de su grupo vocal aficionado conoceremos con minucioso detalle). A Odiseo le pasan grandes cosas; Bloom es la apoteosis del hombre mediocre. Ulises es grande entre los suyos. A Bloom se le desprecia, ya que es judío entre católicos irlandeses. Nos parece verdaderamente apasionante cómo puede llegar a evolucionar un mismo personaje; analizando el progreso interno de Odiseo en la propia Odisea y también, por su puesto, a lo largo de todas las obras, seguramente comprenderemos mejor a nuestro personaje en particular, y, gracias a sus características individuales podremos extraer una visión general del contexto en el que se desarrollan las diferentes obras. La Odisea influye en la “Literatura”, ésta en la sociedad. Por lo tanto, no podemos dejar de preguntarnos: ¿sería el mundo igual si hubiese desaparecido por completo la Odisea?