Comienza Freud su artículo, escrito en 1910, adelantándose a su tiempo, ya que ejerce de una especie de teórico de la literatura al afirmar que los poetas “reúnen, en efecto, ciertas condiciones que les capacitan para la descripción de las condiciones eróticas”. Matiza su afirmación haciendo hincapié en que el poeta, al describir tales condiciones se deja llevar por su ansia de provocar un placer estético e intelectual, así como ciertos efectos sentimentales; lo que le impedirá presentar la realidad, según Freud, tal como se le ofrece. Se nos da a conocer, en este punto, el autor con su faz más positivista, ya que asegura que la ciencia “constituye precisamente la más completa renuncia al principio del placer” y por lo tanto se ve casi obligado a intentar someter a “las condiciones eróticas” a un estudio plenamente científico. Esta parece ser una de las cuestiones que algunos estudiosos admiran del psiconálisis y de Freud: su desmedida ambición por hacer ciencia. ¿Cómo se puede estar tan convencido del valor objetivo y de la equidad de la ciencia estando tan sujeto, en todo momento, a patrones con un carácter netamente filosófico, cuando se encuentra la propia filosofía y “los mitos” que Freud emplea en sus estudios tan ligada en sus orígenes a la poesía?
A continuación Freud nos presentará algunos de los tipos de la elección masculina del objeto amoroso. La primera de las condiciones eróticas es de carácter específico. El perjuicio del tercero, la denomina. Consiste básicamente en que el sujeto no elegirá jamás como objeto amoroso a una mujer que se halle libre. Una mujer puede pasar de la indiferencia para un hombre a constituirse como su objeto amoroso en cuanto entable algún tipo de relación con otro hombre. La segunda de las condiciones se basa en que la mujer casta e intachable no ejerce nunca sobre el sujeto aquella atracción que podría constituirla como objeto amoroso. Este privilegio lo albergan otras mujeres al menos “sospechosas” sexualmente, cuya pureza y fidelidad pueden ponerse en duda. Freud llega a denominarlo “amor a la prostituta”. Si la primera de las condiciones proporciona al hombre impulsos de hostilidad para con sus rivales, la segunda de las condiciones produce son celos en el sujeto masculino. ¿Pero no resulta extraño que los hombres consideren grandes y valiosos objetos eróticos a aquellas mujeres cuya conducta sexual es variopinta y dudosa? Lo que propone Freud es que los hombres, en este caso, se desinteresan de todo aquello que no se refiera a su amor. Este tipo de mujeres son para ellos a quienes se puede amar y sus propiedades muestran un carácter obsesivo, propio del enamoramiento. Otra de las características más singulares de esta clase de amante sería su tendencia a salvar a la mujer elegida. Cree el propio sujeto que sin él perdería todo apoyo moral y descendería rápidamente a un nivel lamentable. La salva al no abandonarla.
Todas estas características, según Freud, derivan de la fijación infantil del cariño a la madre y constituyen uno de los desenlaces de la fijación. Con respecto al “tercer perjudicado” es evidente que para el niño criado en familia la pertenencia de la madre al padre constituye un atributo fundamental de la figura materna. El tercero no será el padre mismo. La cuestión es que nadie tiene más de una madre. Es llamativo, asimis mo, lo que afirma Freud acerca de las repetidas preguntas de los niños en una determinada edad: “es producto del peso de un secreto que quiere surgir a la luz, pero que ellos no revelan, a pesar de todas las tentaciones”, es “una sola interrogación que no se atreven a preguntar”.
En cambio, la segunda condición, “el amor a la prostituta” no parece poder derivarse del complejo materno. La antítesis entre madre y prostituta lleva a Freud a investigar la evolución y la relación inconsciente de estos dos complejos, pues se sabe que en lo inconsciente suelen confundirse en uno sólo elementos que la conciencia nos ofrece antitéticamente disociados. Ello conduce a Freud al período en el que el niño llega al conocimiento de las relaciones sexuales de los adultos (antes de la pubertad). El niño, impresionado por la aplicación de sus nuevos conocimientos en sus propios padres, suele autonegárselo. Asimismo, averigua que ciertas mujeres realizan profesionalmente el acto sexual y por ello son despreciadas. Al principio el niño no compartirá el desprecio y llega pensar que la diferencia entre la madre y la prostituta no es tan grande, puesto que ambas realizan el mismo acto. En este punto, el niño vuelve a desear a la madre y odia al padre: queda dominado por el Complejo de Edipo. Que la madre, su madre, haya otorgado al padre el favor sexual le parece constituir algo semejante a una imperdonable infidelidad. Esto lleva al sujeto al onanismo. Sus fantasías suelen estar relacionadas con una infidelidad de la madre. Su amante, en sus fantasías, es el propio Yo del niño, pero idealizado y con la edad del padre. Explicado esto por Freud, ya no parece una antítesis ni un planteamiento contradictorio, sino que es comprensible que la liviandad que exige el objeto como requisito de su elección se derive también directamente del complejo materno.
Con respecto a la tendencia a redimir a la mujer querida, parece desprenderse del complejo parental. Cuando el niño oye decir que debe su vida a sus padres o que su madre le ha dado la vida suergen en él impulsos cariñosos unidos a otros antagónicos de afirmación personal independiente. Pretende pagar de manera análoga la deuda que al nacer contrajo con ellos. Tiene una fantasía: salvar a su padre de un peligro de muerte. En esta redención, al contrario que en la materna, predomina un sentimiento de rebelde independencia personal. El caso de la madre tiene un matiz más cariñoso. No es fácil para un niño corresponder a lo que ha hecho la madre por él, pero mediante un cambio de sentido que se da en lo inconsciente y que se puede equiparar a la difusión consciente de los conceptos, la salvación de una madre adquiere el sentido de hacerle un niño semejante al propio sujeto. La madre le ha dado la vida y él le corresponderá con otra vida. Pretende ser su propio padre.
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