-¿Sabe? No me causa usted ningún temor.Él se sorprendió.-¿Por qué habría de causárselo?-Les ocurre a mucha gente. Temer a los bomberos, quiero decir. Pero, al fin y alcabo, usted no es más que un hombre...Montag se vio en los ojos de ella, suspendido en dos brillantes gotas de agua,oscuro y diminuto, pero con mucho detalle; las líneas alrededor de su boca, todoen su sitio, como si los ojos de la muchacha fuesen dos milagrosos pedacitos deámbar violeta que pudiesen capturarle y conservarle intacto. El rostro de la joven,vuelto ahora hacia él, era un frágil cristal de leche con una luz suave y constanteen su interior. No era la luz histérica de la electricidad, sino... ¿Qué? Sino laagradable, extraña y parpadeante luz de una vela. Una vez, cuando él era niño, enun corte de energía, su madre había encontrado y encendido una última vela, y sehabía producido una breve hora de redescubrimiento, de una iluminación tal que elespacio perdió sus vastas dimensiones Y se cerró confortablemente alrededor des, transformados, esperando ellos, madre e hijo, solitario que la energía novolviese quizá demasiado Pronto...En aquel momento, Clarisse MeClellan dijo:13-¿No le importa que le haga preguntas? ¿Cuánto tiempo lleva trabajando debombero?-Desde que tenía veinte años, ahora hace ya diez años.-¿Lee alguna vez alguno de los libros que quema?Él se echó a reir.-¡Está prohibido por la ley'_¡Oh! Claro...-Es un buen trabajo. El lunes quema a Millay, el miércoles a Whitman, el viernes aFaulkner, conviértelos en ceniza y, luego, quema las cenizas. Este es nuestrolema oficial.Siguieron caminando y la muchacha preguntó:-¿Es verdad que, hace mucho tiempo, los bomberos apagaban incendios, en vezde provocarlos?-No. Las casas han sido siempre a prueba de incendios. Puedes creerme. Te lodigo yo.-¡Es extraño! Una vez, oí decir que hace muchísimo tiempo las casas sequemaban por accidente y hacían falta bomberos para apagar las llamas.Montag se echó a reír.Ella le lanzó una rápida mirada.-¿Por qué se ríe?-No lo sé. -Volvió a reírse y se detuvo-, ¿Por qué?-Ríe sin que yo haya dicho nada gracioso, y contesta inmediatamente. Nunca sedetiene a pensar en lo que le pregunto.Montag se detuvo.-Eres muy extraña -dijo, mirándola-. ¿Ignoras qué es el respeto?-No me proponía ser grosera. Lo que me ocurre es que me gusta demasiadoobservar a la gente.Se acerca las Navidades, y es época de recordar ciertas cosas: cuando la gente pregunta para qué sirve aquello que estudias o por qué haces algo, no debes tener dudas: estás justo en lo correcto.PD: esto no sirve si eres un Bombero, un gestor en la aplicación de las llamas, si cursas el Máster de Profesorado.
lunes, 5 de diciembre de 2011
Master 451
lunes, 9 de mayo de 2011
Cuidado con elogiarlo todo
El estoicismo, la filosofía del yo.
La fortuna no te ha concedido que quedes libre de los más graves duelos, ni siquiera ha hecho una excepción con tu nacimiento: perdiste a tu madre justo cuando naciste, mejor dicho, mientras nacías, y en cierta manera, fuiste abandonada a la vida. Creciste bajo una madrastra a la que, gracias sin duda a tu obediencia y cariño, igual al que puede concebirse en una hija, obligaste a transformarse en madre, pero para cualquiera supone mucho una madrastra aunque sea buena. Perdiste a mi tío, hombre encantador, extraordinario, lleno de energía, cuando estabas esperando su llegada; y para que la fortuna no aligerase su crueldad con intervalos, al cabo de menos de treinta días, acompañaste los restos de tu amadísimo esposo, del que habías tenido tres hijos. Cuando todavía estabas de luto se te anunció la tragedia, en ausencia por cierto de todos tus hijos, como si a propósito se acumulasen todos los males en ese momento para que no hubiese donde tu dolor pudiera apoyarse. Paso por alto tantos peligros, tantos miedos; lanzándolos sobre ti sin tregua los soportaste: uno tras otro en el mismo regazo del que habías dejado marchar tres nietos, recogiste las cenizas de tres nietos; aún no habían pasado veinte días desde que habías enterrado a mi hijo, muerto en tus brazos, cubierto de besos, y escuchaste la noticia de que yo había sido desterrado; te faltaba todavía eso: llorar a los vivos.
domingo, 20 de febrero de 2011
Cernuda y J.R.J.
Respecto a Valle-Inclán o Juan Ramón Jiménez diría que parecían tan atentos a sus propias palabras que no les quedaba tiempo para escuchar las ajenas, si no recordara que Machado, aunque hablaba poco, aún escuchaba menos.
El síndrome Indiana Jones
Equivalencias
"La filosofía nos introduce un espacio enorme entre nosotros y el resto de los hombres, nos de mayor estatura que la humana y nos hace apenas más pequeños que un dios"Paul Veyne
sábado, 19 de febrero de 2011
Paul Veyne y Juana
miércoles, 16 de febrero de 2011
Sobre el amor.
Mi piano
martes, 8 de febrero de 2011
Diálogo
martes, 1 de febrero de 2011
Xavier Villaurrutia
AMOR CONDUSSE NOI AD UNA MORTE
lunes, 31 de enero de 2011
Sesión Hitchock
lunes, 10 de enero de 2011
Árbol de Sangre
martes, 4 de enero de 2011
Una mañana perdida
Llego en punto a la biblioteca y me encuentro con esto: Días 24 y 31 cerramos. Me encuentro en uno de los pueblos más feos de toda Galicia, a las 9 de la mañana, totalmente solo. En cambio, tengo buen sabor de boca porque todavía conservo el aroma del Nespresso que acabo de disfrutar en casa. No me apetece otro café y doy un paseo por el pueblo. Es curioso que a primera hora de la mañana los únicos puntos de luz sean los bancos. No es una mañana fría. Las calles están desiertas y trato de imaginarme cómo sería estar en casa, bajo las mantas. Me entran un par de escalofríos y finalmente decido ir a tomar un café. El bar mas cercano es uno muy céntrico. El ambiente es tétrico. Ni un ápice de buen gusto. No se si es peor el ambiente de casposo banquero que se respira o la voz chillona y demasiado enérgica para estas horas del amago de camarero. Desde mi rincón distingo dos zonas con mucha claridad: la barra y las mesas. La primera zona es la burguesa: gente con traje que se mete el dedo en la nariz, literalmente. Uno de ellos parece una buena persona: lleva ropa elegante pero sin ir de traje, es el que menos habla, no fanfarronea con el camarero y escucho que sus hijos ninguno ha estudiado económicas sin que parezca muy afectado.
El ambiente casposo habla de política. Ahí ya no entro, se haría demasiado largo. La segunda zona es la de las mesas. Gente mundana, sin traje. Aquí me senté yo. Gente de las tiendas y de la frutería que lindan con el establecimiento. Hay una pareja donde el chico parece que tiene cáncer. Detrás, junto a la ventana lo que parece un mecánico, por su mono de trabajo. Mas tarde entran una chica y su abuela, apuesto que esta es su parada previa al centro médico. A mi lado se sienta lo que la gente llamaría una choni, siempre abundantes en Porriño. La acompaña su amiga gorda y maja, la que aguanta las gilipolleces de la que se pinta la cara para tomar un café a las 9 de la mañana. Faltaban los gitanos, que entran mientras escribo sobre la choni: ostentando poderío se sitúan en la primera mesa del local.
Al cabo de unos minutos entra un chico con el pelo teñido, vamos, con mechas. Lo primero que hace es fijarse en la choni de mi vera. Después de un par de vistazos descarados se aleja, compra tabaco y se va. Hasta es posible que se conozcan. Tiene mérito mi entrada, escribí todo esto antes de darme cuenta de que a todos sus conocidos casposos y clientes habituales de la zona humilde les había dado un bizcocho de fin de año para acompañar el café: a todos menos a los gitanos y a mí.
Cuando me iba, después de pagar con el billete más alto que tenía con la intención de robarle el mayor cambio posible, me dijo "¿que tal todo?". Y como a mi me encanta satisfacer la curiosidad de los demás le espeté: "el café muy cargado, pero el bizcocho ha estado muy bien". Por un momento se calló, dejó de hacer el imbécil y paró de fingir.