Escribe mi prima Adriana. “Hoy me levanté bastante negra y ahora estamos en Koumbara beach. Óscar está achicharrándose al Sol y yo en un bar cercano tomándome una coke larga”. Mi prima se cansa de escribir y se dedica a leer “Cien años de soledad”. Más tarde tomo yo la libreta: “De hecho me estaba achicharrando en Koumbara Beach. Era una playa bonita, amplia, para ser griega, aunque no demasiado cómoda, pues los cantos rodados invadían sus orillas y sus poco profundas cercanías. Me bañé unas tres veces al lado de dos chicas creo que griegas que me pidieron un fuego que yo no tenía. Cuando me daba un chapuzón vino Adri a recogerme y tras un par de otos en un mirador volvimos a tomar un bus hasta el puerto de la isla. (1,20 menos) Yo me compré salchichón en la tienda y me hice un macrosandwich dejando únicamente tres rodajas para nuestras vecinas de tienda, las hormigas (estuvieron entretenidas un buen rato). Adri no quiso comer porque le aburren los bocadillos. Estuvimos en la tienda por el frío mientras yo leía en la tumbona. Nos duchamos y nos encontramos a las madrileñas y a una nueva chica llamada Sandra que resultó ser bastante maja. Cenamos los cinco juntos, aunque no todos nos nutrimos demasiado. Cogimos un bus hacia Hora, tras hablar sobre retrestes y posturas “necesarias” durante la cena. En Hora perdimos un componente de la expedición; la chica maja, Sandra se encontró con un chico con el que se había peleado y se fue con el mismo a solucionar sus diferencias. Lo pasamos realmente bien por las angostas callejuelas de la capital de Ios. Llegaron incluso a cantarnos una cancioncilla. Un italiano que había estado de Erasmus en La Coruña nos deleitó versionando el famoso: “Vigo no, Vigo no, Vigo no…”. Yo, en el nombre del Celtismo, tarareé el “Mucho Coruña…Mucho Riazor…” que todos reconoceréis. Charlamos intentamos bailar, tomamos algo, y ya tarde nos fuimos al camping descubriendo una calle que atajaba directamente hasta el puerto, evitando que tuviésemos que sortear curvas imposibles. Intercambiamos E-mails y dormimos. Una de las madrileñas era profesora de niños pequeños y la otra era decoradora de Cuatro. Adri y yo durante la noche le habíamos preguntado de todo sobre gente famosa. Lo que nos contó sobre Iñaki Gavbilondo fue una decepción. El treinta de julio del dosmilsiete se produjo la gran pérdida. Nos levantamos temprano porque el calor era inaguantable en la tienda. Desayunamos bien y fuimos a Milopotas. Adri dio un paseo por la playa y después se fue a tomar algo. Yo me achicharré en la playa, llegando incluso a quedarme dormido. Nos fuimos a comer temprano a un barecillo de la playa. Comimos pittas con patatas. a pesar de haber pedido expresamente mi pitta sin cebolla estaba invadida por ella. Comimos y charlamos con tranquilidad y a al hora de pagar el hombre, o bien se equivocó fortuitamente de mesa para cobrarnos más o lo hizo ex proffeso en lo que sería el cuarto intento de timo que evadimos. En ese restaurante abandoné mi toalla. Allí está mi último recuerdo de ella. Sobre el respaldo de la blanca silla. Mi toalla, del color del Sol, abandonada, quedó en manos de un griego sospechoso de tentativa de timo. A mitad del camino me di cuenta de todo. Era demasiado tarde para volver. Volvimos al puerto tras abandonar mi toalla en aquel bar. Snif Snif. Cogimos un bus para el puerto y leímos toda la tarde en la piscina. Sandra apareció y estuve charlando con ella un buen rato. Adri vino después porque estaba durmiendo en la tienda, creo que enfadada conmigo. Cenamos barato y Sandra, entre lágrimas, puesto que le había contado al detalle la historia de mi toalla amarilla, me prometió recuperarla. Pero no lo hizo, aunque en realidad no lo sabemos, porque no la he vuelto a ver desde entonces. Adri y yo fuimos a dar una vuelta a Hora. Nos dedicamos a buscar gente guapa o individuos que estuviesen mal vestidos: para meternos con ellos, con todos. Estuvo bien. Ios es precioso”.
Esta es la historia de mi toalla amarilla que llevaba conmigo desde los 6 o 7 años: secaba como ninguna: su color era especial: su textura dura e inapelable: estoy seguro de que sus letras blancas indicaban algo profundo, que por una confina razón que atañe al trauma que supuso su pérdida, no consigo conmemorar. Pero que nadie gimotee o solloce porque mi toalla amarilla tiene ya una nueva hermana. Gentileza de unos amigos ejemplares de la Facultad de Filología de Santiago de Compostela. A ellos les debo mi nueva toalla, aunque la nueva sea de baño y no de playa, amarilla. Me la regalaron por mi cumpleaños. Gran obsequio. Gracias Charlos, te la dejaré utilizar cuando vuelvas a mi sofá, o para que la emplees en sacar la pizza del horno. Gracias Suri, resplandeces casi tanto como mi toalla. Gracias Albuela que estabas en tu casa ourensana cuando me la dieron, honorando a tu nombre. Y gracias Raquel por intentar lo de la fiesta sorpresa, por no saber mentir, y por ser tan Flaca.
3 comentarios:
Sabes que lo hago con gusto!! :)
Gracias a ti por ser tan agradecido y tan sumamente ñu.
Recuerdo cómo pataleabas cuando descubrí lo de la fiesta sorpresa
jijiiii es que las cazas todas!!no es justo!!!!!
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