9:15. Comenzaba la clase de Textos Griegos II. Todavía no nos habíamos situado mucho y el célebre pescador que nos da clase ya había comenzado a traducir la Medea de Eurípides en torno al verso 1065: cuando llegó al punto en el que la protagonista de la obra trata de decidir en su interior si dar muerte a sus hijos o no (un monólogo precioso), nos detuvimos en una frase realmente contundente que aparece justo en el momento más caval, y tierno , ¿por qué no decirlo? de Medea: es decir, en el instante en el que todo parecía indicar que finalmente tendría piedad de sus hijos se detiene en su lucidez y nos golpea con un: "καίτοι τί πάσχω; pero ¿qué me pasa?". Se recrimina a si misma, con esta oración, el sólo pensar en ser blanda con su enemigo y claudicar ante su marido Jasón. Entonces, ya refiriéndonos a nuestra clase, ocurrió algo extraño. El profesor se detuvo un momento: muy pensativo se quedó absorto, como mirando el aire. Al cabo de unos segundos nos dijo: "Deben ustedes reparar en que un griego, o una bárbara como Medea, jamás pondría la otra mejilla como predica el Cristianismo. La mentalidad de la época es la de al enemigo ni agua. Entonces intentó persuadirnos muy convincentemente de que este pensamiento tan, para algunos, "primitivo" (pero muy racional) todavía no estaba ni mucho menos, superado. Para ello se ayudó de un curioso dicho célebre:
"Por los amigos, el culo: a los enemigos, por el culo: y al indiferente, la legislación vigente".
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