Con la cabeza llena de casos indoeuropeos y de los tipos flexivos y desinencias, decidí desconectar por una hora. Pensé en llamar a alguna amigo para tomar un café, pero sería gastar demasiado tiempo. Me decidí por comprar una palmera de chocolate y sentarme en un parque con la intención de observar a la gente. Me fijé en una familia descompuesta. Un niño de unos cuatro años, una madre y un padre: separados. La madre no cruza palabra con el padre del niño. Este, se abraza a su pequeño con todas sus fuerzas mientras ella, en el asiento del conductor hace que habla por teléfono y fuma un pitillo. El niño le dice adios a su padre, lo besa y se acomoda en el asiento de atrás: es curioso ver como con sólo cuatro años ya tiene la mirada perdida. El padre le coloca el cinto y sin apenas dirigir la mirada a la que fue su mujer cierra la puerta con cuidado. Llevo sólo tres minutos sentado y me digo a mi mismo: me voy a estudiar. No conozco a esta familia, pero sigo sin entender que la gente se separe a la ligera.
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A
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