En 1960 Raoul Coutard filma para Truffaut Disparen al Pianista. Lo hace al estilo de las viejas películas de gangsters americanas, ésas que tanto me gustan. Es sorprendente la escasa y pobre iluminación. Si no se tratase de una imitación intencionada el comienzo de la película hubiese sido realmente diferente. En el caso del film americano, hubiera estado todo oscuro y un hombre saldría a todo correr tras haber robado a alguien, cosa que ocurre en Disparen al pianista. En cambio, en el cine negro americano se nos daría alguna pista visual de lo ocurrido, observaríamos una corbata, unos zapatos iluminados momentáneamente por los faros de un coche o veríamos el brillo de las joyas de la mujer, su sobrero, o su rostro blanco e inexpresivo. Coutard, lacónico, no nos da ninguna pista. Su película comienza completamente a oscuras. Sabemos que alguien es perseguido por otro porque oímos pasos que corren y sabemos que ha habido violencia por sus gritos. Visualmente, no tenemos nada. Impacta este comienzo. Misteriosamente se enfoca una farola, lo que podría recordar a un film americano, pero, para desgracia del espectador despierto, nadie pasa por debajo. Tenemos que esperar hasta que aparezca el cabaret para reconocer a Eddie Saroyan y a todos los demás seres que habitan la noche turbia de Disparad al pianista. La película tiene como pilar un relato de un escritor tan desconocido como adorado por Truffaut: David Goodis. Charles Aznavour, un melancólico de mirada gacha, fue escogido por el director como protagonista debido a la gran impresión que le dio en un film de George Franju. Además de tramas de gansters la película trata las relaciones de pareja con una frescura palpable.
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