martes, 6 de abril de 2010

Semana Santa de cine.

En casa: leyendo artículos de Catulo, leyendo mucha Literatura Griega II, y solicitando alguna que otra revancha al Pro a algún amigo lejano. Incluso un día fuimos a cenar a un furancho (restaurante casero), que aunque no muy elegante, sí era barato. También nos atrevimos a ir a un monólogo en un local del Arenal en Vigo (Juan y punto era el monologuista). Y entre libro y libro pude ver alguna que otra película. La primera Pactar con el diablo. En la TV. Al Pacino, quizás un poco exagerando su papel, da una clase de interpretación a lo largo de la película a unos poco rodados Keanu Reeves y Charlize Theron que, tras un gran comienzo, decaen paulatinamente. En efecto, resulta incomprensible cómo se puede echar por tierra una película que durante los primeros 100 minutos te mantiene muy atento. Sobra, sobre todo, la muy recurrida escena en la que Al Pacino descubre su identidad. No resulta nada sugerente y no para de caer en abundantes tópicos que incluso se encuentran en el modo en el que el protagonista resuelve los casos: leyendo un Manual de Literatura Griega llegué a la conclusión de que el guionísta había recurrido al mismo esquema que Lisias en su discurso 3: "Así el hablante del tercer discurso consigue cierta fiabilidad admitiendo un asunto amoroso posiblemente vergonzoso". Reeves hace admitir a un importante constructor una infidelidad humillante con su secretaria para librarlo de la condena. Angel Face, por otra parte, es una gran película de Otto Preminger en la que de nuevo se vuelve a retratar un macabro y freudiano Complejo de Edipo.


La película es de 1952 y es una joya del cine negro, aunque se mezcla con otro género con el que se lleva bien, el judicial. Tiene una parte final sobrecogedora. Robert Mitchum, el actor con cara de panoli,

interpreta muy bien a un, espero que inexpresivo en el también en el guión, Frank Jessup, un enfermero y conductor de ambulancias que por motivos de trabajo llega hasta una mansión para atender a la señora Tremayne una millonaria casado con un viudo escritor y la madrastra de la femme fatale de la película. Esta es Jean Simmons, que se parece, pero no es, la gran Audrey Hepburn. Sin duda lo mejor del film es que Preminger se recrea sin altibajos en la trama retorcida y directa, con brillantes, cínicos y ambiguos diálogos (el mejor ejemplo el primer encuentro en el bar). Final magistral. Por último Camino a la perdición,


con un viejo Paul Newman muy sentencioso, al que yo apenas conocía, con un entero Tom Hanks que soporta a un hijo maldito y con un absurdo (y con secuelas de Spielberg o Tim Burton) pero gracioso, Jude Law, estuvo bien, aunque el final es lógico y previsible. Sam Mendes, después de American Beauty renueva el cine de Gangsters a lo grande. Tengo que ver Muerte entre las flores.