sábado, 31 de mayo de 2008

Análisis de "El banquete" de Platón

“Después de veinticinco siglos de reflexión filosófica sobre Platón nadie puede pretender hoy en día una originalidad absoluta en un comentario de un diálogo de este genio, pero, a pesar de ello, intentaremos ser singulares en nuestras reflexiones, aferrándonos, de este modo, a la idea de que sobre un clásico como es Platón, del que se dice que arrastra como otro Atlas la civilización occidental, siempre se pueden apuntar cosas nuevas”.
Lo primero que asombra a una persona interesada en este diálogo platónico es la existencia en la misma época de una obra muy semejante en cuanto a título y temática cuyo autor es Jenofonte. ¿A qué debemos este hecho? ¿Se trata de una coincidencia?. Dada la importancia y abundancia de los banquetes (συμπόσιον) en la Grecia Clásica podríamos atribuir la coexistencia de las obras a una mera coincidencia o a una determinada influencia de la sociedad en los autores (pues nos exponen una noche en un banquete de Atenas), pero, si observamos con detenimiento ambas obras podemos establecer que la obra de Jenofonte nace como reacción a la obra de Platón. Al historiador ateniense parecen haberle escandalizado tanto los discursos en loa del amor masculino que hay en el diálogo platónico, que se echó a cuestas la tarea de componer él mismo su Banquete, para describir en él las delicias del amor conyugal: su obra resultará tan reaccionaria y piadosa como carente de utilidad en lo que se refiere a la historia de la filosofía. Sin ánimos de defender a Platón, pues no necesita de nosotros, tenemos que decir que la reacción de Jenofonte, insólita en aquella época, parece más bien propia de aquella sociedad victoriana que se escandalizó con El retrato de Dorian Gray o con De profundis. Si continuamos por la senda del escándalo que produjo el Banquete platónico nos encontraremos, no sólo con quienes todavía hoy en día apelan a él para censurarlo, sino también con quienes lo exhiben como una justificación de sus acciones. Pero debemos aludir al hecho de que tanto la censura como la adhesión parten del mismo precepto, totalmente equivocado, de que todos los personajes del Banquete son portavoces de las ideas personales de Platón, y que si todos ellos, con la excepción de Sócrates, que parece no tenerse en cuenta, son defensores del amor homosexual, también, por consiguiente, el autor que los crea. ¿Habrá creído esto Jenofonte? Si así lo hizo este coetáneo de nuestro filósofo, quizás lleve a algunos teóricos a plantearse el tradicional punto de vista que afirma que Platón, en sus diálogos, pone sus pensamientos en boca de Sócrates, y, es posible que poner en duda tal tradición no tenga demasiado sentido y nos conduzca a ninguna parte.
Procedamos ahora, una vez que ha sido expuesto el por qué de los dos Banquetes, a explicar la estructura del diálogo[1]. De acuerdo con la proposición de Erixímaco, que es aceptada por todos, y gracias a la repentina irrupción de Alcibíades en la sala del banquete, nuestro diálogo se divide claramente en tres partes. La primera es la de la exposición de los cinco discursos que preceden al de Sócrates, todos ellos laudatorios, con mayor o menor énfasis del amor masculino. La segunda, y la más importante sin duda es la intervención de Sócrates. La tercera, también de gran importancia es el retrato moral que traza Alcibíades de Sócrates. No debemos olvidarnos de que es Apolodoro, discípulo de Sócrates, quien relata a un amigo suyo lo sucedido en el banquete por petición de éste. El diálogo comienza con la llegada al convite que se producirá en casa de Agatón para celebrar su victoria en un concurso literario. Sócrates, sin invitación, le propone a Aristodemo que asista al banquete. Los reciben gratamente y Erixímaco expone que debido a los excesos de la noche anterior en la presente intentarán beber en menor medida, por gusto simplemente.
Volvamos nuestra atención, por lo tanto, a la primera parte. Tras la elección del tema (Amor, Ερως) el primer orador es Fedro, a quien conocemos ya por el diálogo que lleva su nombre, y que nos lo deja ver como un perfecto discípulo de los retóricos, y de Lisias en particular. En su discurso, Fedro, hace un encomio, una alabanza del Amor, tomada, con toda seguridad de algún discurso su maestro, y nos expone que Hesíodo afirmaba que el Amor era el más antiguo de los dioses y además un dios bienhechor porque les inspira el honor y el valor a los hombres (lo que podríamos tomar como una apología de la homosexualidad). En última instancia podemos observar que el discurso de Fedro es, en conclusión, una alabanza del ερως en todos los sentidos, un panegírico que sirve además como introducción del tema.
La siguiente alocución, la de Pausanias, discípulo igualmente de los sofistas, siendo entonces de la misma cepa intelectual que Fedro, viene a resaltar, de hecho, lo mismo que Fedro, sólo que enmascarándolo en una mitología filosófica. Pausanias se opone abiertamente a Fedro, en apariencia por lo menos, en cuanto que según aquél no se puede hacer elogio del amor, así sin más, porque no hay uno, sino dos amores, de los cuales sólo uno puede ser laudable, y el otro, por el contrario, vituperable. De dos madres diferentes vienen estos dos amores, sabiendo que Eros es hijo de Afrodita; pues, ahora bien, no hay una, sino dos Afroditas, a las cuales podemos designar con los nombres de Afrodita Urania (celeste) y Afrodita Pandemia (popular). La Afrodita Urania no tiene madre según Pausanias y es hija sólo de Urano. Nos recuerda, de este modo, el nacimiento de Afrodita que Hesíodo expone en su Teogonía. Se le llama Urania porque su padre fue Cronos (Urano en Roma). De condición muy diferente es la Afrodita Pandemia, vulgar, hija de Zeus y de la ninfa Dione, fruto, por lo tanto, de la generación normal de padre y madre. Es la diosa que nos presenta Homero, la encarnación perfecta del apetito sexual, o más bien, y es importante, heterosexual. Dice Pausanias que este amor lo practican las gentes de clases bajas, que se trata de amor entre diferentes sexos, relegando el amor “celestial” al ámbito del sexo masculino. La unión homosexual tiene, así una preferencia axiológica sobre la unión heterosexual, pues es una unión no de cuerpos, sino de almas.
El tercer orador es Erixímaco, que es un médico (como vemos cuando le da la receta a Aristófanes para librarse de su hipo). Eríxímaco toma el discurso donde lo deja Pausanias ya que también distingue entre el buen y el mal amor, pero para éste el amor es una potencia cósmica que reside en la armonía y en las proporciones de los elementos, lo que nos puede recordar en cierta medida a las teorías de los Pitagóricos. Según Erixímaco todo está gobernado por el dios Amor, la agricultura, la música etc. Pero detengámonos un momento y reflexionemos: si el amor estuviese en todo en general, no estará en ninguna cosa propiamente. Pero en cambio los demás discursos, y sobre todo el de Sócrates, afirman que el amor es una función específicamente de los humanos y de los dioses.
El siguiente discurso es el de Aristófanes, a quien Platón ridiculiza (tal y como hizo el propio Aristófanes con su maestro en su obra cómica Las Nubes) acusándolo de borracho y de hambriento. No nos debe extrañar que Platón se intente vengar de Aristófanes, pues éste fue, con toda probabilidad, el autor intelectual de la muerte de Sócrates (como vemos en La Apología de Sócrates) .En su discurso, muy fantasioso y bello, el comediógrafo nos propone la existencia de unos seres (con cuatro patas, cuatro brazos, y todos sus órganos dobles) de tres géneros: masculino, femenino y andrógino; los primeros hijos del Sol, los segundos de la Tierra y los últimos de la Luna. Cometieron un error estos seres, y las divinidades los sancionaron dividiéndolos (esto puede recordarnos, con mucha claridad, a Empédocles y a su “falta”). Tiene una concepción del amor como necesidad, como una media naranja. Si antes aludíamos a Empédocles, la teoría de la necesidad de búsqueda del amor como nuestra otra mitad seguramente tenga su precedente en Heráclito y sus fuerzas contrarias.
El penúltimo discurso, el anterior al de Sócrates, es el de Agatón, según se dice, discípulo de Gorgias; éste es un joven guapo, egocéntrico, narcisista y lo que intenta es describir a Eros con sus propios rasgos carnales. Acaba de ganar un concurso literario, tiene el ego por las nubes y por eso Platón nos lo presenta de este modo.
Al fin llegamos[2] a lo que se supone que piensa Platón del amor; pasemos a tratar el discurso socrático. Recordemos que el método dialéctico de Sócrates, que plasma Platón en sus discursos, consistía en pasar de un argumento a otro tras haber logrado en cada caso la aprobación del interlocutor. Afirma Platón a través de Sócrates (que a su vez en el libro está explicando lo que le dijo un día una bruja profetisa, Diotima) que Eros es hijo de Πόροσ y de Πενία que podríamos traducir por abertura o salida, y por pobreza, inopia o carencia respectivamente. Esto es realmente importante porque para nuestro filósofo el Amor es una carencia, una insuficiencia. Para Platón Eros no es un dios, sino un Δαίμων ya que éste no posee la belleza total. Vemos aquí por lo tanto el concepto de amor como deseo de belleza. Eros no es bello y por tanto ama a lo bello, pero tampoco es humano y por eso decide encasillarlo como Δαίμων.
Platón nos plantea también un amor entre alumno y mentor. Afirma en boca de Sócrates que el mentor se siente atraído por el cuerpo del alumno y éste por su “alma” (el uno es mayor y carece de un cuerpo en forma y el segundo carece de un alma formada). Y nosotros debemos preguntarnos el por qué de esta unión entre hombres. Es una cuestión de formación cultural. Las mujeres no estaban formadas, no tenían ningún tipo de estudio y por lo tanto no poseían un alma bella. Es por esto por lo que se habla siempre de amor entre hombres, ya que la unión con una mujer era simplemente un encuentro carnal, del cuerpo. Entonces poseer el amor es poseer la belleza (donde en la Antigüedad se recogía también el concepto de bien), pues lo que uno ama debe ser bello y bueno para siempre. Una vez explicado este discurso tan complejo y maravilloso de Sócrates, con el que da una lección a los anteriores comensales, debemos decir que el apogeo, el clímax del banquete es una teoría de la belleza debido al hecho de que Platón busca descubrir mediante el amor la idea de la belleza en un sentido metafísico: Amor, deseo de belleza.
Por último, y como conclusión a nuestro comentario, trataremos la intervención de Alcibíades, quien, cuando pronuncia Sócrates su discurso, repentinamente, irrumpe en la sala del banquete un grupo de juerguistas acaudillados por Alcibíades, el aristócrata más bello y elegante de Atenas. Con esta intrusión Platón consigue aliviar la tensión que a todos embarga después de escuchar a Sócrates y por su puesto, lo que pretende con este discurso es que se efectúe una loa, una alabanza de su maestro, como si este fuese realmente semejante a Eros, el argumento principal del diálogo.
Por otra parte, si nos quedaba alguna duda sobre la concepción del Amor para Sócrates (Platón) nos la desvanece Alcibíades definitivamente al narrarles a Agatón y a los demás cómo su tentativa de seducción de Sócrates un día que le invitó a cenar en su compañía y a pasar la noche con él. Afirma que Sócrates accedió a todo, menos a aquello que pretendía Alcibíades en realidad. Incluso llega a decir Alcibíades: “me despreció, se burló de mi belleza”.
Pero quizás los que más nos ha llamado la atención a nosotros sean las siguientes palabras que pronuncia Alcibíades: “Ninguno de vosotros le conoce”. Con esto no cabe de que Platón insiste en el paralelo entre Eros y Sócrates, y además recrimina al resto de los invitados que no conocen ni lo que Eros es, pero que tampoco son conscientes de quien es Sócrates. Lo que Platón pretende al poner en boca de Alcibíades esa frase, y quizás también con el resto de su diálogo, es resaltar que su maestro alberga algo divino, pero no es un dios, desde luego. Aunque tampoco es un hombre del común, sino algo intermediario y sintético; muy semejante a Eros.
[1] Hay teóricos que por la estructura de la obra la consideran como una obra de un dramaturgo, como una pieza teatral, aunque, a decir verdad cualquier diálogo de Platón (no sólo El Banquete) podría ser representado.
[2] Debemos prestar atención al hecho de que Platón coloqué el discurso de Sócrates en el último lugar porque bien es sabido que al que habla al final siempre los lectores lo recordaremos mejor y por su puesto, de este modo, puede aleccionar a los demás, que ya han expuesto su opinión. Simplemente como anécdota, podríamos preguntarnos si acaso recordaríamos e interpretaríamos del mismo modo el Banquete si el discurso de Sócrates estuviese colocado al iniciarse el diálogo.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Con respecto a (2): de echo cada vez q leo el banquete solo leo a Agatón y a Sócrates, y ni ganas de leer a Alcibíades

Anónimo dijo...

Solo estoy aquí por una tarea :v

Anónimo dijo...

Sólo vengo por una tarea del sapo :v

Anónimo dijo...

Solo estoy aquí por una tarea

Anónimo dijo...

-_-