Nos declaramos
la guerra
cuando firmamos
la paz.
La única tregua
la concedieron mis ojos
imaginándote desnuda,
mirándote con firmeza,
de verdad.
Nuestros silencios,
tan locuaces,
retornan espesos
y parece no torvarse
nuestra faz.
Hablamos.
Nos miramos.
Reímos.
Nos damos
una caricia,
y tu piensas
y yo me detengo.
No podrías llegar
a las heridas,
pero te preguntas
si duelen
todavía.
No podría acariciar
más allá
de tu
cicatriz.
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