Eran cerca de las cinco de la mañana y me apetecía pasear. Había estado todo el día con mis primos: de canguro. Mis primitos tienen 3, 8 y diez años. Le enseñé al mayor a jugar al ajedrez, al mediano las cartas y al pequeño le presté mi raqueta, mi preciada raqueta de ping pong. Comimos en armonía y entrada la tarde nos dimos un gran chapuzón en la piscina (merecido porque se habían portado muy bien). Son chicos muy sensatos y humildes, todos excepto el mediano, que tiene algo de despótico y de imprudente arrogancia. Sin saber nadar se lanzó de golpe a la parte más profunda de la piscina y tuve que interpretar el papel de socorrista. Hacia el añochecer jugamos un partido de fútbol en un patio de colegio cercano. Por la noche vieron "el Madrid" mientras yo escribía algo. Se durmieron a la media hora. Quedé con unos amigos y nos fuimos a tomar algo sobre las doce. Lo pasamos bien el poco rato que estuvimos juntos, pero se largaron pronto en su búsqueda de gente en un lugar menos tranquilo. Acompañé a una amiga a casa y conduje un rato, errante. Me apetecía pasear. En concreto me apetecía ver el mar. Llamé a una amiga que vive en Baiona. No me cogió. Aparqué y me llamó al rato. Dimos unas vueltas por el paseo marítimo, hablamos y discutimos. Es precioso discutir de noche, y más cuando el rumor de las olas parece que te anima a ello. Volvimos al coche, la llevé a casa y me dirigí con prudencia, por temor al sueño, a la mía. Cuando lo conseguí me preparé una copa con mucho mucho hielo y me vestí el bañador. El agua estaba fría, pero la luna llena. Reconforta un baño a las cinco de la mañana. No podía nadar demasiado rapido porque haría ruido y podrían despertarse mis primos. Al rato enfrié porque una nube, puñetera, escondió la Luna. Pensé mucho la noche del sábado. No sé muy bien por qué. Me sequé todo el cuerpo despacio y con meticulosa diligencia: aun así, seguía sin capturarme el sueño. Era una de las noches más claras, y largas, que había visto. Me propuse aprovecharla. Dí un oscuro paseo por el bosque. Es impresionante como los sonidos del monte juegan con nuestros sentidos, sobre todo al principio. Yo era todo un lunático: dependía enteramente de la Luna. Las ramas crujían y los perros aullaban: yo me asustaba. No llevaba ni el movil: sólo una rama que me servía de bastón. Cuando llevas veinte minutos caminando a ciegas te acostumbras. Toda una experiencia que volveré a repetir. Tras el miedo y la incertidumbre comencé a hacerme preguntas. Yo suelo preguntarme lo que no sé. Lo que aun no sé. Lo que puede que nunca llegue a saber. A veces incluso no sé del todo qué me pregunto, pero está claro que las preguntas nunca surgen de la pura ignorancia.
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2 comentarios:
boa opcion a escollida, a veces e mellor despejar de esas maneiras...
creo q eu debin haber feito algo parecido...
Te lo montas bien tú. Qué envidia!!
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