lunes, 8 de marzo de 2010

Laura, (NYC) 1944...

De nuevo Otto Preminger; quien, esta vez, ejerce de productor y director. Su película se construye con los pilares de la novela Ring Twice For Laura (buen título) publicada por entregas en el semanario "Collier's", de Vera Caspary (buena escritora de la que en clases de Hªde la Música recuerdo haber leído un fragmento de su Music in the street). Laura se rueda en los Fox Studios con un presupuesto de serie B, y aun así acaba siendo nominada a cinco Oscars de los que ganará únicamente el de fotografía... Se centra en una muerte un tanto extraña de una preciosa joven que desencadenará en su propia casa una necrófila, surrealista y muy mal dibujada, todo hay que decirlo, historia de amor. Eso sí, para contrarrestar estos amoríos garabateados se hechiza todo con un dominio magistral del suspense que habría firmado el propio Hitchcock. Es una de esas películas de cine negro en la que los aspirantes a asesino acaban siendo reunidos en una sola habitación: aunque, esta vez, con trampa. Lo que sí cambiaría, para mí gusto, sería el final. de la película. Creo que necesita un desbarajuste, un desenfoque, un giro con un ángulo mayor. Los últimos compases de Laura me dejaron el mismo sabor de boca que Invictus, de Eastwood. Siguiendo el simil: yo mataría, en la película, claro, a Mandela, (y con ello, de paso, recordaría al espectador que está observando una obra de arte y en una sala de cine). En la película de Preminger hay una imagen/secuencia que me gusta especialmente: MacPherson interroga a Laura (Gene Tierney) bajo la, tan brillante como cegadora, luz de una lámpara que se proyecta sobre uno de los rostros más ingenuos y bellos de la historia de Hollywood.


Por otra parte, una escena que pretende ser cómica y consigue ser, al menos, extraña, es en la que el policía MacPherson acerca la bata a Waldo (Clifton Webb, el padre peligroso e incestuoso, el mejor de la película) mientras se ríe con burla de algo que el espectador despierto debe delimitar e intuir con facilidad. Pero hay a quien no le gustó la película: hay quienes no les gusta precisamente lo mejor del cine clásico: sus ácidos diálogos. Y cuando lo leo, y después de ver qué dos Oscars recibia Avatar (por lo menos no fueron demasiados), me invaden los insultos.
"(...) esos defectos (...) tendríamos que atribuirlos mayormente a ciertas características y hábitos a los cuales era proclive la industria de Hollywood en aquella época, más a la película en sí considerada como obra individual. Entre ellos podríamos hacer mención, quizá, a un cierto estatismo producido por el peso excesivo de los diálogos en detrimento de la parte visual y de la acción."
A quien ha escrito esto le recomiendo vivamente Wall-E. En fin, caso omiso: enamorémonos también nosotros con el cuadro de la pared.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

me encanta el cuadro ¬¬

Ó dijo...

Tú que entiendes de emoticonos... ¿cómo se ponen los ojos de sorpresa?
Por cierto, debiste haberme dado tu contraseña en algún momento peligroso, así yo la recordaría...