Desde siempre me ha gustado el deporte. Y tengo entendido que está bien eso de mantenerse en forma. Me parece extraño este punto de vista: parece que mente y cuerpo, siendo así, deberían formar una unidad. Debo reconocer que fue una de las cosas que más me sorprendió de los antiguos. Yo tampoco entiendo la figura del intelectual o sabio seboso y cerrado completamente en sí mismo. No sirve de nada si no escribes o se lo comunicas a los demás. ¿Por qué cerrarse a los demás? "Animal social" nos llamaba Aristóteles. El mes pasado formamos un nuevo equipo de baloncesto en la liga universitaria santigüesa. Somos el "Macabi de Levantar". Organizamos un partido inaugural. Se celebraba en un pabellón al sur de Santiago, justo detrás del Corte Inglés (al que nunca había ido). No se como llegó a mis manos la etimología de la palabra pabellón: originalmente viene de Pupilio-onis mariposa en latín, que produce el vocablo francés "pavillio", que a su vez, llega a España en forma de "pabellon". Ganamos el partido. Cansado llegué a casa y me tiré sobre el gran plumifero de mi habitación: plumifero, "el que lleva plumas": plumis ferre. Y de todo eso me acuerdo ahora, tras una noche en la que el plenilunium reinaba. Una noche de viejas costumbres, y viejos horarios, una noche de cumpleaños que me gustó. Sentado en una mecedora con un portátil en las rodillas, con un café con leche esperando, escribo y escucho un concierto de Thchaikovsky (Nº1 Op.23) mientras mis padres en el piso de arriba ven una película que se llama "El hombre que pudo reinar".
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