sábado, 29 de marzo de 2008

Un relato de "mi autoría".

Yo, que soy el mayor amante de las entradas cortas, soy plenamente consciente de que esta entrada es muy larga. Supongo que pocos lo leerán debido a la escasez de tiempo en este mundo tan tan contemporáneo. Diez páginas en word supone prestar una cantidad superior de atención a un texto escrito mayor de la que la mayoría podemos ofrecer (me incluyo). Aun así decidí depositarlo aquí en el blog... por si acaso. Se titula:
Sinistra
Cuando me daba por perpetrar locuras no había nada que me contuviera. Si hubiese sabido como iba a concluir todo, me habría detenido en el principio. Es decir, si hubiese conservado mi sano juicio. Pero en cuanto la vi… en cuanto la vi mi sano juicio se esfumó. Me propuse pensar que era muy diferente a ella, que no la conseguiría. Sin embargo, allí había una bella mujer totalmente sola, y yo con tiempo de sobra; no tenía nada que hacer excepto buscarme complicaciones. No logré traicionarme. Sabía que lo intentaría; no podía dejar atrás una oportunidad como aquella. Hay quienes son capaces de presentir el peligro; yo no. Había salido solo esa noche, como en las películas, sin cartera, sin paraguas, dispuesto a tomarme, entre un poco de buena música y de gente oscura, un par de cafés. Nos cruzamos. En ese intervalo ambos inspiramos con cierta simultaneidad; instantes después yo me había quedado sin aliento. Su fina figura me había rozado forzadamente, aunque con tanta elegancia como intención. Al pasar, ella trataba de esconder su mano en un guante negro, digno de desayunar con diamantes. Se fijó en mí porque estaba solo y porque me había entrecruzado con ella. Yo, en cambio, cuando me fijé en ella fue precisamente cuando reparé en que efectivamente estaba sola.
Recuperado mi aliento, noté que la música que coreaban sus tacones había cesado. Decidí no desviarme, seguir mi curso, evitarme complicaciones. Pero cuando todavía no había logrado persuadirme, ella, como una tentación, se dirigió a mí:
- Disculpa- dijo, con una voz apacible, clara. Y yo me volví con tan poca torpeza como mi ímpetu me consintió. Sonrió, tenue, y continuó: -¿Tienes fuego?-. Yo no fumaba, sin embargo, por no parecer descortés, hice ademán de indagar. Busqué en mis bolsillos. Nada apareció, pero, mientras, advertí que ella tampoco llevaba ningún cigarro encima. Ni llevaba bolso ni su vestido escondía bolsillos. <<¿Qué clase de mujer requiere un encendedor si en realidad no se antoja fumar?>>, se me ocurrió. La que tiene problemas y me va a inmiscuir; esto lo sé ahora. En el momento creí que pretendía no pasar la noche sola y conversar. Simplemente, conversar...
No hizo falta que yo dijese nada. Comprendió que no tenía encendedor y me preguntó por un lugar donde pasar la noche. Me ofrecí a acompañarla al hotel más cercano y la llevé a alguno no tan próximo. Sus tacones, pues, comenzaban de nuevo a entonar; hacían un “da capo” que me llevaría “al fine”. Mientras caminábamos, conversamos; sentimos las melodías perdidas de algún club nocturno, nos protegimos de la llovizna que nos sobrevino y escuchamos, a lo lejos, un par de sirenas policíacas.
A la hora me pareció que ya habíamos rodeado bastantes manzanas y la conduje al hotel más glamouroso que conocía. Por la incertidumbre de la situación y lo mucho que habíamos caminado estaba ya cansado y traté de jugar mis cartas. –Si no les quedan habitaciones a estas horas; ¿dónde irás?-. Le dije. No respondió porque sabía que iba a continuar mi intervención. Me daba la espalda. Yo contemplaba sus estrechos hombros. -¿Puedo ofrecerte mi diminuto piso?-. Ahora me fijaba en su sombra, notaba su respiración en ella. ¿Qué clase de mujer pensarías que soy si acepase?-. Alegó. -La misma que está sola de madrugada en un lugar donde parece no tener casa, que lleva guantes negros de seda y que le pide fuego a un completo desconocido-. Repliqué, con acierto. Se detuvo. Se quedó paralizada delante de mí, en una esquina, sin volverse, sobre uno de los escalones de las fastuosas escaleras del hotel. Dos agentes salieron por la puerta. Se fijaron en ella. Al verlos se giró, me tendió la mano; me abrazó. Todo era extraño. Todo estaba en blanco y negro. Había aceptado mi propuesta.
Como todas las mujeres quiso ir al baño antes de acostarse. Como todos los hombres, le presté una camisa. Estaba muy graciosa; le quedaba floja. Dejó correr el grifo largo y tendido, debió de tener una conversación interesante con él. ¿Yo? Esperaba; el sueño no me había vencido. Antes de entrar en la habitación aguardó un momento en la puerta. Ésta estaba abierta. Nos miramos. Como si se sintiese culpable por algo, por invadir mi morada sin entregarme nada a cambio, me miraba fríamente y sin ardor. Su mente estaba lejos; absorta. Pero esto lo se ahora. Creo que tenía las manos frías.
Hicimos el amor como dos voces de un coro; a la par, pero respetando los silencios, las entradas; forjando bien los matices, los puntillos y las ligaduras, sobre todo las ligaduras. El ritmo nos lo marcaban la hora y el compás; creo que era un Andante, aunque en seguida se convirtió en un vertiginoso Presto. Empezamos piano, ligero; pronto dejaron de notarse las diferencias entre las voces. Ella ejecutaba perfectamente las semicorcheas; marcaba con destreza los esforzando: se dejaba poseer en sus pianissimo. Cada vez que yo hacía una síncopa se le escapaban un par de gallos, notas falsas, destemples… Parecía un tema con variaciones con forma de canon; siempre que el otro tenía una parte persuasiva, esperábamos nuestro turno para darle réplica. Nuestras voces se superponían la una a la otra, se entrecruzaban, y en ocasiones se rozaban con suavidad. Cuando la partitura se acabó, cuando llegamos a la doble barra, volvimos al principio, entusiasmados. Si cabe con más maestría, virtuosos, demostramos que habíamos pasado mucho tiempo calentando nuestras voces, ensayando por separado. El primer movimiento, que consistía, realmente, en salirse de los registros lícitos y avanzar por cromatismos hacia el centro de nuestros cuerpos no lo ejecutamos en esta repetición ya que albergaba demasiados tresillos y adornos; pasamos al segundo, más lento, un adagio; no queríamos sucumbir por placer. Se nos iba la medida, perdíamos el ritmo, por momentos aquello parecía una marcha turca. Yo apreciaba que ella sabía tocar el piano al dedillo, pues, dominaba plenamente la digitación. Llegando al final de la humilde “opera”, durante toda la Coda, hicimos el más histriónico, el más dramatizado de los rittardandos habidos, que hay, y por haber. Realizó como una amazona un pequeño mordente sobre mi oreja y entoné la cadencia final. Auténtica. Perfecta. El metrónomo se detuvo; nos desmoronamos, subyugados al sueño. Excelente opera prima.

Despertamos. Era tarde dentro de la tarde. Teníamos las manos juntas, como pegadas. Ella se percató de la sensación y propuso que nos diésemos un baño; tranquilos, relajados. Le ofrecí algo de beber. Me dijo que un licor. Se dejó llenar el vaso hasta arriba y empezó a catarlo con sorbos delicados. Ya estaba en la bañera. Observé un instante su elegancia al beber y recuerdo que se me vino a la cabeza un verso de un poema que dice que “la vida es un licor que debemos apurar de un trago”. Me introduje en la bañera. Hablamos de literatura, política, arte, cine… Era un poco radical, pero perfecta. Su sonrisa, su voz, sus ojos, su piel, sus manos, sus piernas, su cintura, su pelo pasaron de mis ojos a mi mente cuando salió de la bañera y retiró las últimas gotas de su piel. Me dijo:-El agua está ya fría, y, es muy amarga el agua fría-. Se vistió con mucho estilo para encontrarse desnuda delante de un hombre. Le pregunté por qué no se quedaba un poco más; le dije que rellenaría con agua caliente aquella pequeña piscina. Le pedí insistentemente que no se fuese- Si no me mirases tan calidamente, por tu comentario, podría despreciarte. Dijo; y añadió: – Sabes que esta noche volveré, al menos esta noche-. Supo encontrar el pasadizo que la lleva lejos, a su otro mundo. Me quedé en la bañera, observando cómo caminaba hacia mi puerta, evadiéndome, alejándose hacia algún lugar con el que yo no concuerdo, donde yo no existo junto a ella.
No recuerdo con demasiada nitidez qué hice el resto de esa tarde y el principio de esa noche. Supongo que la esperé. A esperar se aprende entre unas manos que te agarran, que te atan sin ternura, en esquinas, en bañeras, en largas tardes de aburrimiento. A esperar se aprende con lentitud, leyendo frases sin sentido, que no vienen a cuento, que no te maravillan ni te mantienen atento. A quienes nos gusta esperar solemos pensar mientras lo hacemos. Pensé en Julie; así se llamaba.
Llegó tarde, de madrugada, con un brillo extravagante en los ojos. Sonriendo con la alegría primaveral de las tres gracias de Rubens. Tenía el pelo húmedo, estaba lloviendo; me besó. Me lo merecía, ya que había aguantado despierto. Con conversaciones metafísicas pasaron las siguientes horas. Estábamos delante del televisor; el televisor estaba apagado. Ella todavía tenía seda en las manos. Nos acostamos. Pero sin placer. Un tal Epicuro decía que tenemos necesidad de placer cuando sufrimos por no estar presente el placer; cuando no sufrimos, ya no necesitamos el placer. Hablando con Julie yo no sufría; era absurdo sufrir, ella era una delicia. Me abrazó, me ató con sus manos durante toda la noche.
Como un milagro. Había aparecido en mi vida como una epifanía, como un rey mago. Los diez u once días siguientes fueron surrealistas, dadaístas… alegóricos. El regalo era realmente irresistible: un atractivo que paraliza la respiración, una elegancia sublime, conversaciones que no llevaban a explicar nada o que lo aclaraban todo; fiestas, sus contactos, gente importante. Todo era realmente encantador, pero yo no entendía nada. A veces se ausentaba, pero no me importaba, me parecía normal. Éramos como una escultura sin modelos clásicos, llena de originalidad. Más fiestas, más fiestas; de etiqueta. Creía que era de estúpidos negar una realidad, aunque no se sepa qué es.
La única vez que descendimos desde su mundo confuso y perfecto, lleno de formas geométricas, hasta mi mundo sensible, la llevé a un club de jazz al que yo solía ir cuando los clásicos me aburrían. Fue entre semana; la noche se me hizo muy corta. Escuchamos a un Count Basie, a una Billie Holiday. Todo era una farsa; ella no disfrutaba, o quizás sí, pero disimulaba. Entre aquella atmósfera cargada, su boca silenciosa se posaba en su copa llena de un licor rojo, un rojo menos intenso que el de sus labios. Yo ejecuté a la perfección mi papel de anfitrión; simulé que conocía al camarero delante de ella, la invité al mejor champagne de la casa e hice que le dedicasen una canción justo cuando volvía del toilete. Todo era una farsa; pero seguimos allí conversando sobre nuestra infancia entre el humo y el jazz, narrando lo muy absurdas que eran nuestras pueriles hazañas. El jazz ya se arrastraba, eran probablemente las cuatro de la mañana. Esa noche le pasé una mano por el pelo y se sintió mejor; parecía gris, triste. Toqué su boquita; su labio de arriba era el cielo, el océano era su otro labio. Aparecieron unos besos sobre la almohada. Mi imperio conquistó esa noche la porción más hermosa y elegante de la Tierra.
Llovía, llovía, llovía por las mañanas. -¿Cariño, qué es para ti la intensidad?-. Me preguntó. Me había sorprendido la pregunta. Me daba mucha rabia que siempre me sorprendiese. Me miraba muy de cerca y noté que sus pupilas se agrandaban por mi sombra. -Tus ojos-. Respondí. Me abrazó, éramos como dos gatos.
Llovía, llovía por las tardes. Dijo que esa noche tendría que ausentarse, que volvería mañana al amanecer. No hice preguntas, no las quise hacer. Aun así me explicó que iría a una fiesta muy elegante, que era una de las razones por las que había venido a la ciudad. Esa tarde dejó que le llenase la copa varias veces de un licor transparente. Nunca había bebido tanto.
Llovía por la noche. La miraba con lástima, como si ella no quisiese irse, como si ella tuviese que decirle que no a lo que realmente quería, ignorando qué iba suceder.
No volvió a la amanecer; pasé todo el día buscándola en comisarías, ambulatorios, hospitales, hoteles, moteles, hostales... Antes de intentar dormirme leí un periódico; había muerto un magnate de la prensa, una eminencia en su oficio, alguien muy importante, casi un mafioso que veneraba una palabra como “Rosebud”. Había una foto en el periódico. Era un hombre grueso y muy apuesto a la vez. Esmoquin blanco, pajarita negra, muy peinado, con anillo dorado. Estaba rodeado, en lo que parecía ser la fiesta más sofisticada del año, de diseñadores importantes, modelos, en fin… “celebrities” momentáneas. Pero justo detrás, hablando con un diseñador, un tal Wivenchy que en una ocasión me habían presentado, estaba Julie. Estaba de espaldas, pero llevaba un vestido blanco, abierto por detrás. Reconocía con suma claridad las curvas de su cintura, su columna y sus caderas sinuosas. Cuando salió de mi piso no llevaba ese vestido; antes lucía un abrigo negro. Lo habría comprado esa misma tarde, pensé. Me extrañó que sujetase su copa, de nuevo, con sus guantes negros. Julie, con su belleza y elegancia, era la única que podía aunar en sí misma la negrura de unos guantes y la blancura de un vestido sin llamar la atención. Era como una imagen poética de la ceniza o de un teclado.
Pensaba, le daba vueltas a la situación: ¿Volvería a verla? Me desperté en mitad de la noche y en lugar de darme cuenta de que todavía me quedaban unas tres o cuatro horas para disfrutar de mi cama vacía de matrimonio, únicamente la tenía a ella en mi mente. Su sonrisa, su voz, sus ojos, su piel, sus manos, sus piernas, su cintura, su pelo, nada de esto estaba en mi sueño, pero en cuanto mis pupilas empequeñecieron surgió, como si de una tempestad se tratase, ella, casi entera, pues sólo le faltaba su elegante vestido, en mi mente.

Deliraba: “Pero ¿Por qué la contemplo al desnudo? Todavía la estoy notando; aun no me ha vuelto a vencer el sopor, ni creo que lo haga si sigue estando ella aquí en mi cabeza. Es evidente que la añoro y que resulta más bella al natural, pero, ¿No estaré ligeramente trastornado?
No adormecía de nuevo. La almohada, bajo mi cuello semejaba un cactus defendiéndose de sus depredadores, mis pensamientos, buscando sólo que me incorporase.
Enloquecía de nuevo: “Pero yo no quiero, no quiero levantarme porque sé que si me alzo la perderé de vista en cuanto parpadee, por ese motivo, aun en horizontal, estoy intentando alargar desesperadamente cada uno de mis pestañeos, por si en alguno de ellos, vuelve la calma a mi mente, una calma, un sosiego sin Julie que llevo aguantando casi dos días y que al parecer, aunque yo no lo notase, me estaba consumiendo por dentro, como una polilla a una table, vocablo que siempre pronunciaba Julie, de castaño puro, tan puro como era mi pequeña, mi ángel, mi Sol, mi otro yo; un yo que estaría ahora durmiendo con una camisa de alguien, o ya sin ella, tal y como yo la contemplo en mi mente, aunque ahora, ahora sí, la pierdo, empiezo a perderla, pues una gota, una gota de cada ojo empieza a deslizarse por mis minúsculas patas de gallo por no emplear mis párpados, provocándome una sensación inaguantable; tengo que pestañear, sin duda no lo soportaré mucho más, pero es que sé que no permaneceré observándola si lo hago ya que ella se va con las lágrimas, que son egoístas y se llevan su pelo, su ojos, su labios, su cuello, sus dedos, sus pechos, su cintura, sus piernas, sus tobillos, sus pies, su cintura, su ombligo, sus manos … mis pensamientos...”

El cactus en el que tantos besos habían florecido días atrás era ahora suave césped con el que yo había vuelto a la calma. Era mediodía. No sabía qué hacer, me encontraba perplejo ante la realidad. Todo había sido demasiado apresurado. ¿Cómo seguir en medio de esta irrupción fugaz e inevitable? Continuar; esa era mi consigna; la última ilusión para defenderme de mi pérdida, de mi extravío. No soy de los que bailan al son que le tocan. Para seguir el camino en solitario encontré algún libro, ciertos cuadros, alguna que otra melodía. Pero es una simple sensación que nunca se cumple de verdad. El fracaso parecía mi vocación fundamental, y él mismo, mi fracaso, segregaba dolor. Una noche más transcurrió.

Dejó de llover al día siguiente y la realidad se desemperezaba parsimoniosamente. Todo callaba, todo estaba silencioso. El cielo totalmente inmóvil, claro, sin incógnitas, sin nubes. Tanta luminosidad de mañana debilitó, inutilizó mis ojos, mi mirada, pero me permitió pensar en Julie, mi rompecabezas. Comencé a dudar. Dudar; el más elevado grado de la inteligencia. Existe gente que puede vivir sin la inteligencia negando las incongruencias con facilidad, viviendo como si no existiesen, cerrando los ojos ante la maldad. Pero esa es la felicidad y la forma de vida de la ignorancia, de la negligencia.
No quería perder a Julie y no quería descubrirla del todo. Tan sólo investigar con diligencia, indagar un poco. Retomé la fotografía del periódico. Seguía allí ella, “comparable a los dioses”. Traté de no pensar pero la lógica me llevó a leer el artículo entero. El magnate muerto, el señor Wenimer, se había desplomado en mitad de la fiesta. Tenía un gran peso en un partido político que hace poco había sufrido un gran revés y era muy mayor. La policía apenas hizo preguntas. Dos semanas antes, en otra fiesta se decía que había muerto de una manera similar un importante juez; Mr. Baiser. Esta coincidencia me extrañó. Seguí leyendo y encontré (como si fuese un artículo de la prensa amarilla) todos los nombres de los que aparecían en la fotografía. El nombre que daban a mi querida Julie era: Eva Venin. Mi callejón tenía una puerta. Busqué información sobre ella. No le iba mal. Había estudiado Filosofía y letras; trabajaba para un periódico cierta importancia, en la ciudad. Un famoso personaje al que le agradó una de sus entrevistas era quien la invitaba a las elegantes fiestas. Eso me explicaba el misterio de sus contactos. Todo estaba tremendamente lejos del cuento que mi querida Julie me había contado. Me dolía. Estaba despechado. Solo. Desencantado. ¿Por qué habría querido mentirme?
Fui a la sede del periódico en el que trabajaba Eva Venin. Decidí disfrazarme y solicitar una entrevista, pues era la propia Julie quien se ocupaba del personal. Pero no estaba; era su mes de vacaciones. Por fortuna me entrevistaron en su despacho, había una carta a su nombre y apunté la dirección. Vivía en el otro vértice de la ciudad. Fui andando. Pensé que debía poseer mucho talento; era joven y tenía éxito. Le pregunté a una pareja por su calle. Llegué al fin a su piso. No sabía qué iba a decir, no sabía cómo me iba a justificar. Desconocía incluso cómo la nombraría. Llamé a la puerta. Nadie abrió. Empezaba a parecerme a un personaje de Kafka.
Esperé en su entrada. Al poco rato llegaron un hombre y una mujer. Era ella. Me aparté de su camino subiendo unas cuantas de escaleras. Él no parecía su amante. La dejó en la puerta, la abrazó con ternura y se fue. Volví a llamar a la puerta. Mi Julie pensó que era el desconocido; abrió. Este gesto, este “abrir” fue un conocer de nuevo. Éramos dos espejismos enfrentados. En un gesto de caballerosidad le cogí la mano, se la iba a besar, pero no me dejó. Se dio la vuelta y me invitó a pasar. No le pedí explicaciones, en cambio, ella me las dio. Tras el inicial “érase una vez” le dije que se lo ahorrase, que quería conocer la verdad. Su mirada entonces la delató. Fría, indolente, atormentada, hostil.
Me confesó que la noche en la que nos entrecruzamos venía de una fiesta en la que había muerto un hombre. Me explicó que conocía al hombre. Reflejaba una capacidad estilística ilimitada. Una inventiva inagotable. Una poética inaudita, un dominio del tono insólito y una audacia expresiva que llegaba a lo obsceno. No me convenció. ¡Le pegué un grito! Me alteré exageradamente y quizá se asustó. No confesó haber hecho nada. Había mantenido una relación con aquel magnate capitalista, con aquel fracasado Orson Welles; las autoridades creían que ella estaba detrás de la muerte del periodista mafioso y, por ese motivo, me dijo que había decidido evaporarse conmigo unos días; catarsis, qué admirable palabra. Sus ojos me embobaron de nuevo, otra vez; otra vez. Había resuelto mis dudas. Ella no me convenía. Era una Venus en un precioso cuadro, en un lienzo sin enmarcar. Una escultura con la espalda sin tallar.
Tenía sus guantes puestos. El negro seguía sentándole muy bien. Bajamos a una cafetería y pisamos esa noche, vagando, más de un andén. Cantamos a capela. Escuchamos de cerca nuestras más maravillosas melodías. Todo sonaba al ritmo de la reconciliación. Preguntas ocupaban mi cabeza, sus ojos, mi núcleo, mi interior.
Volví a mi piso. Sabía que ella era no honesta, pero desconocía mi ignorancia acerca de la maldad. Pasaron los días, seguíamos viéndonos y yo había compuesto una historia en mi cabeza. Era Eva una pobre chica que había tenido que hacer algo malo por dignidad, despecho, por honor. El magnate la había tratado como a una buscona, malinterpretando su ambición. Era justicia lo que había en mi mente; ni un grano de crimen, ni una gota de dolor. Todo era un puzzle para niños, lleno de inocentes figuras con odio y de honradas piezas con rencor.
Pasamos tres, cuatro, cinco ¿acaso una semana juntos? No era lo mismo. El contenido de mi historia parecía no tener un final feliz. Mi película que antes sí parecía de Capra estaba exenta de su happy end. Creí que todo volvería a ser como lo era la primera vez. Mas, la originalidad de aquel surrealismo, como toda originalidad, se acabó perdiendo y se convirtió en una muerte dulce, con cariño pero sin amor. Aquella particularidad de nuestra estatua, la nuestra, la había raptado ahora otro escultor. Julie era ahora Eva Venin. La Maga se había convertido en Madame Bovary.
Cuando volvió a trabajar, empezó a rechazarme. Nuestras óperas eran ahora nocturnos romanticones; demasiado cortos, sin metrónomo, sin ligaduras, sin un sólo matiz. Me decía que no podíamos vernos con tanta frecuencia. Que no tenía tiempo. ¿Se estaba arrinconando lejos de mí? Yo me había centrado durante mucho tiempo en ella. La había encubierto en mi mente. Por y para ella, había procurado mi propio perdón.
Volvimos a mi club de jazz. Fue un fin de semana. Recuerdo que la noche se me hizo muy larga. No cantaban esa noche en directo. Había un tocadiscos, había que pagar. Nos rodeaban sólo un par de jovenzuelos soñadores. Todo estaba nítido, no había una gota de humo, no había puros, no había magia, no había azar. No mojó sus labios con el licor de su copa, quería mantenerse en pie, sobre sus tacones, quería que yo no la abrazase, quería poder andar. No probó el licor. Y mientras yo ingería mi ginebra de un trago me susurró: “tenemos que dejar de vernos; te tengo que evitar”. Me quedé perplejo. Me levanté, pagué las bebidas y di una propina a uno de los camareros para que en el tocadiscos sonase cierta frase hiriente del “As time goes by”. Cavilé, entonces, demasiadas tonterías. Pensaba en existir y no querer hacerlo. Aquella situación había agotado todo mi perdón, toda mi espera; tenía, ya, mi alma agonizante aunque en mi triste cuerpo aún me quedaban fuerzas. La puerta que había encontrado en mi callejón sin salida, en la que había acumulado todas mis esperanzas, tenía echada la llave.
Hice que mi vientre sustituyese a mi pesaroso corazón. Seguí adelante dolido, pero sin rencor. Pretendía no pensar en ella pero cuando mi atención se desviaba de lo que me convenía, reaparecía Julie, como la sempiterna manzana, la eterna tentación. Pasaron los días, incluso alguna semana. Debo confesar que en ocasiones la visitaba; iba a su calle, a su café, medio descubierto, medio enmascarado. Ella me reconocía, me descubría pero parecía no importarle. Me observaba huidizamente, con lástima. Nunca, nunca me saludaba. Las noches se me hacían largas; eternas eran mis mañanas. De vez en cuando la había llamado para poder escuchar su voz. Pero colgaba sin hablarle. Sabía que era yo. Por las tardes leía, tocaba el piano, tomaba cafés de dos horas, soñaba con Julie, y siempre, siempre me acordaba de todas sus palabras y de nuestra primera “canción”. Me intenté centrar en mí mismo, me fui un par de fines de semana al campo. Cuanto mayor era mi relajación, cuanto más lejos estaba de la ciudad, más pensaba en ella. Añoraba sus locuras, sus momentos de enajenación, sus manías, sus chifladuras, también sus depresiones. Estaba con otro. No podía dejar de meditar en eso. Me convencía de que debía ser así, de que era normal; una joven inteligente y apuesta, elegante y preciosa no podía estar sola, esperándome. No podía dejar de pensarlo. Hay gente que es capaz de afrontar los problemas; los acatan sin especular, yo, en cambio, me hago preguntas. ¿El ser humano es el único animal que se pregunta? ¿Por qué no puedo buscar a Julie? Pero esa no era realmente duda; debemos formularnos mejores preguntas; a veces son más importantes que la solución; ¿Existe todavía algo de Julie o se ha transformado en Eva Venin? Tantas veces había evitado esa cuestión…
Se aproximaba una fiesta importante a la que con toda probabilidad acudiría el sujeto de todas mis preguntas, mi otro yo. Estaba decidido a ir. No sabía qué decirle; no sabía por dónde empezar. Moví unos hilos para conseguir una invitación. Compré un traje nuevo, caro, negro, elegante, exquisito, digno de todo un señor. Sólo esperaba que Julie acudiese a la fiesta. Y allí la veía tan acompañada por personas importantes que ni siquiera se fijo en mí. Parecía más Julie que Eva Venin. Yo estaba con mi asiduo amigo, el licor, en la esquina de una barra observándola desde la distancia y con temor. No paraba de saludar a gente de periódicos, a bribones de la radio, a casanovas del cine y a algún que otro genial escritor. Yo apenas conocía a nadie, estaba sólo con el educado camarero y mi licor. Durante un tiempo perdí de vista a mi objetivo, estaría camuflada detrás de alguna columna griega que había en la sala, junto a alguna escultura o echándose a los brazos de algún bribón. Pensaba eso y me refugiaba en mi pequeño vaso, en mi amargo licor. Se acercó a mí, me rozo sinuosa y suavemente con su guante negro mi oreja y me susurró para torturarme: -espérame en el “club de Jazz” cuando la fiesta acabe. Haré todo lo que esté en mi mano por acudir-. Se había rendido a mi traje, a mi osadía. Pero mis celos combinados con mi rabia crecida por verla tonteando con Don Juanes, lectores aficionados del Ars Amandi, no me permitieron irme de allí. La realidad se precipitaba ante mí. La razón sirve para disecar la realidad pasada o la futura; ¿cuándo aprenderemos a usarla en complicaciones, en momentos de tensión?
En la fiesta había aparecido un hombre muy importante. La nueva sensación, la esperanza de aquel partido tan reaccionario al que pertenecía el difunto magnate del capitalismo gris. Era un hombre selecto. Austero, serio que miraba a todos sin apenas hablar. Había rumores de que planteaba cambios demasiado importantes para nuestra ciudad. Todo el mundo sabía quien era; todos lo admiraban con su rostro de frente y lo reprendían después. Era una situación cómica, parecía un extracto de los hermanos Marx. Yo seguía en la barra, bebiendo, perplejo ante la extraña situación. Aquel era un instante importante, sin duda ocuparía algún que otro titular. Me fijé en Julie; observaba los movimientos de aquel jovenzuelo letrado, de aquel “gallardo” hombretón que se apellidaba Barcosí. Estrujaba la mano a los varones, besaba a las mujeres. Se acercaba el turno de Julie. No podía permitir que la babosease. Fui a impedirlo acercándome a la espalda de Julie. Pretendía evitar su encuentro y despedirme, a la vez, de ella hasta después, claro, hasta después…
Había un gran eclipse, y yo era el Sol. Luna se llamaba Julie; Tierra era aquel político pecador. Todo estaba oscuro. La luna le tendió la mano a la Tierra; el planeta la sujetó, pero el astro, encendido, apasionado, violento y exaltado, a la luna, a Julie, volteó. De rodillas, le inmovilizó la otra mano, la izquierda, la siniestra con tanto ímpetu como furor. Le besé la mano como si le acabara de declarar todo mi amor. Levanté mis rayos hacia los mares de la Luna y sus ojos, felinos, helaron toda mi pasión. Transcurrió un instante, todos estaban sorprendidos, la música de la fiesta se paralizó. Mi boca estaba rancia y amarga: el mundo, por la interposición de aquel beso, había cambiado de color. La mano izquierda de Eva Venin escondía humedad entre la elegante seda; un veneno que sabía a un licor. Me desmoroné hacia el elegante parqué, pero Julie, estremeciéndose por el error, me abrazó con sus manos. Concluyó el eclipse. Concluyó todo el espejismo. El Sol se extinguió.
Yo todavía te siento temblar contra mí como una luna en el agua”.

viernes, 28 de marzo de 2008

¡Cuánta razón!

Heródoto leyó historias a mis griegos.
Y traduciendo a este genio en clase
encontramos a una preciosa frase
aludiendo al ejército de los Medos.

"Πολλοι μεν ανθροποι ειεν, ολιγοι δε ανδρεs"

Nuestro profesor propuso (con sarcasmo, ironía y cachondeo):
Había muchos tíos pero pocos hombres.
Suena mal ¿verdad? Lo pasamos bien en clase y eso es importante.
Mi traducción era así:
"Había muchos hombres, pocos valientes".
Todavía no me convence.

miércoles, 19 de marzo de 2008

Dios

Desafortunados los que crean que me dispongo a llevar a cabo una discusión filosófico-teológica acerca de la existencia de Dios. Aunque al fin y al cabo, como os daréis cuenta, afirmo su existencia, pues, lo conozco. Su nombre es Dios. Tengo su número de teléfono. Dios jugaba conmigo al fútbol en un equipo. Empezamos a salir juntos un buen día, creo que fuimos a la playa. Era una playa del atlántico. Años después Dios me llevó en su coche, la diosa Celia, a Alcoy que está junto a Benidorm. Demasiado vivimos allí como para intentar recordar algo. "Hola somos los gallegos", "Va finito", "Plis-Play", "La filá","water freske","penélopoe gratis","pozoamargo (me parto aun)" en fin...el que quiera saber que nos pregunte por alguna. Por cierto en el mediterraneo estuvimos cerca de dos días solamente; nos fueron suficientes. Al año siguiente me fui con Dios y sus familiares (aDiós al monoteísmo) a otro paraje del mediterráneo; hoy en día nos da mucha verguenza decirlo: Marina Dor. Íbamos a ciegas; la lluvia de aquellos días nos cegó. Las circunstancias no eran propicias para tener una buena Semana Santa, llovía, no había gente joven, no había discotecas, no teníamos nada que hacer, pero bueno, al fin y al cabo era Sem Santa e iba con Dios. Aprendí a jugar a la Play Station (le metí un gol con Cafú, todavía estoy orgulloso). Estuvimos en un tiovivo, creamos a Rodolfo (no confundir con el chiquilicuatre este), vivimos con entusiasmo la reaparición (post alcohol) de un amigo después de una mala noche dos días antes, nos deleitamos en aguas calientes y en baños turcos, casi tenemos una cita (pero la pareja no acudió), ganamos al futbolin a unos sureños, hablamos un poco de marroquí (ats sala jala jala) y pagamos por un chupito 7 Euros.
Todo apunta a que se trata de un amigo normal, ¿verdad?Pues os equivocáis.
Hay razones:
  1. Un día me dijo en un partido: si metes un gol dedícamelo. Marqué; me cambiaron por él; salió y él también marcó.
  2. Me salvó la vida (soy un exagerao) en un hipotético accidente llegando a A Guarda. Conducía un amigo nuestro que es cocinero y dj. Yo era el acompañante y Dios iba detrás; vio que el conductor iba observando a una persona de una gasolinera olvidándose del volante y gritó; "Nos vamos a morir". Este grito nos salvó de un esguince cervical.
  3. Le dio un balonazo a una chica (la más fea de su grupo) y casi la convence de que fue su culpa.
  4. 4:00 am Baiona. Era un quinceñaero, puso nervioso, sedujo a una muchacha de 18 años y esta acabó chocando con su coche al aparcar, mientras él, sin poder evitar la risa le hacía alabanzas al puro estilo fundamentalista en medio de la calle.
  5. En una discoteca me dijo: me va a hablar la "rubia" (no la conocíamos ninguno) y a la media hora la rubia le habó.
  6. El mismo día, aburridos, pasabamos por una máquina 24h y ponía literalmente :"si quiere cambio pulse R". Pulsó la tecla R y cayeron 2 Euros.
  7. Organiza los mejores cumpleaños y cumplemeses que podáis imaginar.
  8. Convirtió el agua de mi piscina en vino.
  9. En Marina Dor le dio una patada a una maquina de coca-colas (muy leve) y le salio una pepsi.
  10. No duerme; piensa chistes.
  11. Conduce "demasiado bien". Tiene 20 años; un golf, un doscaballos descapotable, y un "Sanyón" (la diosa Celia).
  12. Tiene un barco y me invita a navegar.
  13. Ayer le mandé un sms a una amiga y tardó en contestar. Me dijo Dios; "¿qué? ¿no te contesta? ¿habrá que pegarle un toque?" Acto seguido (no pasa ni un segundo) recibo un mensaje de mi amiga.
  14. Ha pasado momentos malos, muy malos, y está tan fuerte, alegre y animado como el que más. Es Digno de admirar...

Se me olvidan muchas situaciones y seguramente las más importantes, pero siempre puedo reeditar la entrada. Dios existe amigos, y yo tengo su número, no lo olvidéis. Me siento como San Pedro.Esta Semana Santa no iremos de viaje...pero ya vendrán...ya vendrán...

El 10 de abril cumple años. El doce de Abril lo celebraremos. Afortunados los que conozcan a Dios.

lunes, 17 de marzo de 2008

Merida-Badajoz

El próximo miércoles partiré hacia Extremadura para conocer lo que los romanos nos dejaron en Mérida. LLeno de ilusión, por cierto. Tengo que elegir qué libros me voy a llevar. "Realidad y ficción" de Russell es uno, pero quiero llevarme dos y estoy en duda; "Los amigos del crimen perfecto" de Trapiello, o bien, "El agente secreto" de Jospeh Conrad. No sé qué hacer.

sábado, 15 de marzo de 2008

Andrés Trapiello

Me gusta este hombre (en el buen sentido). No sé muy bien el motivo. Una frase suya (de estas que aparecen en el google):
"Los que ganaron la guerra perdieron la historia de la literatura".

Un fragmento:
"Un nuevo timbrazo percutió en su cerebro como si le metieran una aguja de tricotar en el tímpano. Sintió la descarga también en el estómago vacío. Los que escriben noveluchas policiacas llaman a ese aleo en las tripas el «heraldo de la muerte». Se sentó en la cama sin hacer ruido, con movimientos instintivos, del felino que adivina dónde está el peligro. Había pasado de ratón a gato. Cuando dejaron de flagelarle aquellos toques, Delley oyó al otro lado la respiración de los sabuesos. Quizá la orden que traían era mucho más sencilla. Lo iban a trufar de plomo y a dejarle allí, con el reflejo de aquella chica tan sexi encima. Seguramente ni siquiera habrían venido de uniforme. Sí, acabaría tirado sobre la alfombra, haciendo un dúo con la muñeca voltaica. Delley dedujo por el alboroto que eran tres o cuatro los hombres. Volvieron a llamar. Crg, crg, crg.Esta vez fueron golpes secos, nerviosos, efectuados con el mocho de una pistola. Delley estaba cansado, había llegado al final, estaba harto de ver muertos. "
Sencillo, ¿no?

Semónides ¿Literatura para hombres?

SEMÓNIDES

¿"ginegonia"?

De modo diverso la divinidad hizo el talante de la mujer(...)
A una la sacaron de la abeja, afortunado quien la tiene,
pues es la única a la que no alcanza el reproche,
y en sus manos florece y aumenta la hacienda.
Querida envejece junto a su amante esposo
y cría una familia hermosa y renombrada.
Y se hace muy ilustre entre todas las mujeres,
y en torno suyo se derrama una gracia divina.
Y no le gusta sentarse entre otras mujeres
cuando se cuentan historias de amoríos
Tales son las mejores y más prudentes
mujeres que Zeus a los hombres depara.
Y las demás, todas ellas existen por un truco
de Zeus, y así permanecen junto a los hombres.(...)

Hes. Th. 594.ss

Cuando en las abovedadas colmenas las abejas alimentan a los zánganos, siempre ocupados en miserables tareas -aquéllas durante todo el día hasta la puesta de sol diariamente se afanan y hacen blancos panales de miel, mientras ellos, aguardando dentro, en los recubiertos panales, recogen en su vientre el esfuerzo ajeno-, así también desgracia para los hombres mortales hizo Zeus altitonante a las mujeres, siempre ocupadas en perniciosas tareas.

Semónides le da la vuelta a la Imagen creada por Hesíodo.

viernes, 14 de marzo de 2008

Griego

Traducciendo a Heródoto, en cláse, se aprenden muchas cosas de importancia.

  1. Nos aparece "καταστρεψεαι". El buen profesor me pregunta si sé qué es esa palabra. Respondo fríamente con un sí y procedo a mi explicación: es una forma verbal. Segunda persona singular del futuro de la voz media del verbo καταστρεφω. Lo que le sucede es que la marca de futuro(σ) se adhiere a la /φ/y por lo tanto tenemos ψ. Las tres vocales que aparecen juntas en la parte final de la palabra se explican porque la desinencia de futuro medio de segunda persona singular es σαι; la sigma cae (bonita expresión) y al unirse con la vocal temática (ε) se produce unión de tres vocales. El verbo aquí significa someter. Analicemos su significado. Στρεφω, el verbo del que partimos, significa (creo) "girar, voltear, dar un vuelco", lo unimos a κατα, cuyo significado es "hacia abajo" y llegamos al significado real en el texto de nuestra palabra "someter". Girar, voltear hacia abajo: someter. Muy bonito. De aquí vienen las catástrofes (καταστροφεσ) y también las estrofas.
  2. Tenemos también nombres con significados quasi místicos; Dorotea y Teodoro, regalo de dios (Regalo; δορον) (θεοσ; dios). Demóstenes; fuerza del pueblo. θερμοπυλαι (puertas calientes)
  3. Por último frases docentes muy decentes ¿paronomasia?: "Los historiadores ajustan los hechos a su ideología". Pero estábamos hablando de Heródoto y no de los ilustres científicos que surcan nuestras facultades de historia hoy en día. Que quede claro.

Insisto

Tras una chillona cena, ayer jueves, en la que participabamos (supuestamente, ya que mucha gente no acudió o no pudo acudir) todos los componentes de nuestra carrera, y en la que no habría más de 45 personas, me encuentro, porfín, sano y salvo, en mi hogar, dulce hogar. Me entrego a una de mis actividades favoritas (meriendo) y me pongo a leer. El miércoles me pasé toda la mañana traduciendo a Heródoto en la Biblioteca de Filosofía y, evidentemente, no pude resistirme a ojear algunos volúmenes. Me decanté por Realidad y Ficción de Russell. Después de mi merienda leo un fragmento y me quedo prendado; atención:

"Un hecho curioso es que si preguntamos a un europeo occidental culto y a un asiático bien informado qeu caractericen la civilización occidental, obtendremos contestaciones que no tienen casi nada en común. El hombre occidental es considerado por sus colegas digno representante de la cultura europea si conoce la literatura griega y latina, la filosofía de Platón y la influencia qeu se supone ha ejercido el cristianismo en la vida occidental. Debe también conocer algo de la literatura occidental a partir de Dante, y deberá estar bien informado acerca de la pintura occidental, acerca de la música y de la arquitectura. Si reune estas condiciones podrá alardear en cualquier sociedad académica occidental y no correrá el peligro de pasar por un ignorante.
Pero un individuo de esta clase puede ser completamente ignorante de todo lo que el Oriente considera importante y distintivo en el Occidente. Las naciones orientales han tenido arte, arquitectura, filosofía y literatura. Algunas virturdes, que es costumbre en la actualidad considerar como especialmente cristianas, han sido practicadas, en la mayoría de los tiempos, más dignamente en el Oriente que en el Occidente. Estoy pensando de una manera particular en la tolerancia religiosa. Los herejes cristianos de los primeros tiempos del Islam eran mucho más cariñosamente tratados por los mahometanos que por los emperadores ortodoxos de Bizancio. El antisemitismo, del qeu gentes no cristianas dan en la actualidad ejemplos tan desagradables, estuvo originariamente y hasta el siglo XIX estrechamente asociado con el cristianismo. El Oriente no mira como típico de Occidente lo que se ha hecho común llamar valores occidentales porque en tales asuntos la historia de Oriente, por lo menos, mejor que la de Occidente"

¿La palabra que busca Russell es "etnocentrismo"?

lunes, 10 de marzo de 2008

La niña de Rajoy es de Zapatero

Al PSOE en estos cuatro años le ha salido todo (excepto la mal llamada tregua) bien. Y yo me alegro. He tardado, y mucho, en hablar de política en el blog. No lo pretendía, en absoluto, pero me veo obligado. Por mi educación, ideas, forma de ser y valores (palabra manipulada por la derecha) me alegro de la victoria de la "izquierda". Dos millones de votos más que la derecha. 10.831.000 para Zapatero. 9.937.000 para Rajoy. Aquí es cuando debemos recordar que IU sólo tiene dos escaños (injustamente) pues tiene casi un millon de votos (948.000)
Me he cansado de esperar. Sé que no son los definitivos. pero llevamos ya un 98% y la cosa está clara. Yo creo en el progreso, y en cierta medida en la socialdemocracia. Me gustan cosas de Zapatero, otras no. Me alegro de su victoria. ¿Cambiará el planteamiento ultraderechista del Partido "AntiPopular"?¿Dejarán a Rajoy a la cabeza? Ojalá cambien a su dirigente, no es bueno para una democracia que nos lo pongan tan fácil; ¿o si?
La Z está de moda. No nos falles Zapatero y cuida a la mal llamada niña de Rajoy.
ZZ

sábado, 8 de marzo de 2008

Piedad

En el vaticano, con Adriana, mi prima. la autora de este video. Tened piedad para con su calidad como cineasta.

Resulta triste que la mejor imagen que tenemos de la Pietate de Miguel Ángel sea esa.

Frío y pan.

Ayer noche mi madre se quedó dormida en el sofá. La desperté cuando acabé de leer un capítulo del libro "Viajes con Heródoto" de Kapuscinski. Me dijo que tendría que bajar a colgar una bolsa para que nos dejasen mañana por la mañana el pan. Me ofrecí; se negó. Le rogué que se pusiese una chaqueta. Me dijo que no. Le dije: Te va coger el frío. Mi madre se fue corriendo y cuando volvió me encontró ya en mi cama y me dijo: Fui más rápida que el. No me cogió.
Dormí muy bien.

Dame diez razones


Vi esta película hoy, durante el semanal viaje en tren Santiago-Vigo. En realidad no la vi entera, pero me gustó igualmente. Me quedan diez minutos por contemplar. Por momentos me pareció la mejor Road-movie de la historia, pero no es eso; no. El título, coinciciendo con grandes multitudes de entendidos, creo que debería ser; Diez artículos o menos (y no "Dame diez razones") Morgan Freeman, original, divertido, imprevisible. Como casi siempre genial. Paz Vega, la prota, (aquella andaluza de Siete Vidas) está muy linda en su papel. Le va que ni pintado. Brad Silberling, el director y guionista, es mejor, tremendamente mejor que la hija, la llena de pésima sabiduría, del gran Coppola. Me estoy refiriendo a que 10 Items or less es una gran parodia de Lost in Translation. En la película de Freeman tampoco ocurre gran cosa, pero es mucho más original y la historia que se nos pretende narrar es más humana (a pesar del surrealismo de sus absurdas situaciones). Una película recomendable, con situaciones bastante divertidas e inesperadas. Una película un tanto diferente y en cierto modo chocante. Buena muestra de que para hacer buen cine (en el sentido en que pretende hacerlo la antes citada Sofía Coppola, no hace falta gastarse millonadas, irse a hoteles japoneses, chinos o de donde sea, tener a una chica "de moda" que aparezca semidesnuda (aunque Paz también lo haga). Lo mejor de 10 Items or less, para mí, quizás sea su ambientación y su "surrealismo" o "suprarrealismo".

Gran parodia. Gran parodia. Dadme una razón para que no me guste esta película.


Algún día hablaré sobre Lost in Traslation, tranquilos.

sábado, 1 de marzo de 2008

Giacomo da Lentini

Madonna, dir vo voglio
como l'amor m'à priso,
inver' lo grande orgoglio
che voi bella mostrate, e no m'aita.
Oi lasso, lo meo core,
che 'n tante pene è miso
che vive quando more
per bene amare, e teneselo a vita.
Dunque mor'e viv'eo?
No, ma lo core meo
more più spesso e forte
che no faria di morte - naturale,
per voi, donna, cui ama,
più che se stesso brama,
e voi pur lo sdegnate:
amor, vostra 'mistate - vidi male.
Lo meo 'namoramento
non pò parire in detto,
ma sì com'eo lo sento
cor no lo penseria né diria lingua;
e zo ch'eo dico è nente
inver' ch'eo son distretto
tanto coralemente:
foc'aio al cor non credo mai si stingua;
anzi si pur alluma:
perché non mi consuma?
La salamandra audivi
che 'nfra lo foco vivi - stando sana;
eo sì fo per long'uso,
vivo 'n foc'amoroso
e non saccio ch'eo dica:
lo meo lavoro spica - e non ingrana.

Entre 1230 y 1250 existían diferencias morfológicas, léxicas y de otra índole en los idiomas que han venido a unificarse dando paso a lo que hoy es el italiano.La Escuela de Sicilia; De la central de las tres partes en las que se dividió el Imperio Carolingio surgió el Imperio Germánico. Durante el reinado de Federico II aparece la Escuela Siciliana.Los poemas provenzales, en los que la familia del rey tenía un gran interés, se conocían fundamentalmente a través de copias manuscritas.Un rasgo fundamental de la lírica culta de la escuela siciliana es la eliminación de la música. Ello conlleva consecuencias enormes en el contenido, puesto que, si el poema está destinado a ser leído en la comodidad del escritorio, se podía augmentar la complejidad del contenido y se podía tener en cuenta la posibilidad de que el lector hiciese una relectura. Otro rasgo fundamental es la eliminación de la ambientación feudal: desaparece el personaje del celoso y toda una serie de personajes que solo tienen sentido en las obras ambientadas en el feudalismo.La Escuela Siciliana centra la poesía en el amor, se convierte en una reflexión sobre qué es el amor, una preocupación por su significado, un análisis de qué es amar.No se practican géneros como el sirventés o la pastorela, que son provenzales. No es característica la poesía política, moral o de la vida cotidiana. No se observa el uso de vulgarismos. Se considera a Giacomo da Lentini el más representativo poeta de esta escuela y el inventor del soneto. La estructura del soneto encaja muy bien con el planteamiento de la Escuela Siciliana ya que se asemeja a la quaestio de la escolástica medieval, en la que el profesor presentaba un caso (quaestio) que se debatía (se disputaba) con los alumnos hasta llegar a la conclusio, la conclusión. La Escuela Siciliana se desarticula a la muerte de Fernando II, lo cual indica que estaba muy ligada a su patrocinio, y la creación se traslada a la Toscana.

Giacomo da Lentini

Retrato de Vespasiano

En el retrato oficial de Vespasiano podemos destapar con relativa facilidad dos corrientes; una más verística, en la senda de la tradición del retrato republicano (de la que el mejor y más famoso ejemplar es la cabeza numero 659 de Copenhague) y otra, oficial, de gusto neoclásico, con la que se relaciona el retrato que aquí se presenta, perteneciente a una estatua colosal que nos ha llegado en parte. Se ha descubierto en el Campo de la Magna Mater de Ostia. El rostro tosco y de rasgos vulgares del emperador aparece aquí fuertemente idealizado: todo el tratamiento de la superficie amplía los planos, sutilmente entrelazados y movidos para conferir particular énfasis y luminosidad al retrato, en el que ojos, nariz y boca se insertan con ulteriores notaciones de claroscuro. También el cabello, con su franja muy corta sobre la alta frente (similar en ello al retrato de las primeras acuñaciones monetarias) parece tratado sólo en superficie. Muy probablemente se trata de un retrato póstumo basado en los tipos de alrededor del 70d.C. y que, como todos (esto habría que matizarlo) los retratos post mortem, pretende presentar una imagen idealizada y no realista de Vespasiano, según los cánones del clasicismo de la época flavia mas avanzada.En cambio los personajes retratados se nos ofrecen en esta época más asequibles y llanos. Pierden aquellas actitudes, aquella corrección académica y cortesana, para ganar en sinceridad que llega hasta el abandono y el descuido en gestos y presencias. El ejemplo lo daban los mismos emperadores. Singularmente, el retrato de Vespasiano, con su aire plebeyo y astuto, tal como lo vemos en la efigie de Florencia o en la del Museo de las Termas o en otras en las que a veces se hace sumamente perceptible aquel gesto esforzado de la cara, como el de alguién que está “descargando su vientre” según palabras de Suetonio.

Ahora que la Z está de moda.

Ahora que la Z está de moda hay que aprovechar para ...recordar el gol de Zinedine Zidane contra el Leverkusen, el dos a uno. Eso no es fútbol, eso es... algo más. Ese hombre casi todo lo hace bien.

Lírica popular (en el buen sentido de la palabra)

Que la compleja composición de los poemas de la Ilíada y la Odisea no son "lo primero" de la Literatura Universal es evidente. Que Safo o Arquíloco no son los primeros poetas de Grecia, quizás también. En Literatura Griega nos hablan, entonces, de lírica popular con gran dosis de oralidad. Todo correcto ¿no?. No conservamos testimonios escritos... de primera mano....pues , lírica oral. Bien, al caso; la sonoridad de esta pieza que contiene el que llaman los jallejistas radicais, con sumo orgullo de buenos patriotas, "dativo de interés":

Που μοι τα ροδα, που μοι τα ια, που μοι τα καλα σελινα;
"Dónde me están las rosas, dónde las violetas, dónde el bello perejil"

La sonoridad (en griego) impresionante; pumoita roda, pumoita ia, pumoita kala selina.
Selina (dicen) que hace referencia al aparato sexual femenino.
Habrá mucha poesía en este blog. Italiana y Griega.