En junio, a finales, me compre en una librería de segunda mano El Padrino, de Mario Puzo. 4 Euros muy bien empleados. Lo empecé pero no me enganchó demasiado puesto que todavía estaba inmiscuido en la trama de La Venus del Visón, de John O´Hara. Cuando acabé éste último me propuse leer con tranquilidad la obra cumbre de la mafia, cuyo autor puede ser el único superviviente que ha transgredido la ley de la Omerta, casualidad o no, título de su último libro (2000). Por momentos mi gusto e inexperto criterio desdeñaba interiormente su modo de escribir. -Demasiado parecido a Agatha Christie para mi-, me decía. Finalmente, alrededor de la página 80, cuando a Jack Woltz se le aparece su caballo tuve que reconocer que me había enganchado. Fui saboreando la deliciosa elegancia ambigua de algunos diálogos muy poco a poco, durante dos semanas. Buen libro. Quizás poco cuidado en cuanto a lo que algunos distinguen como “calidad literaria”, suponiendo que eso exista, pero inmejorable, o casi, si nos referimos a su estructura. Quizás el mejor momento sea cuando Tom Hagen le comunica al Don la muerte de su hijo Sonny. No podría olvidar, claro está, la muerte de Sollozzo y del capitán de policía McCluskey con su célebre: “He bebido demasiado vino. Siento la necesidad imperiosa de orinar”. Pero cuando uno habla de El Padrino, sin posibilidad de evitarlo, la mente se le va a la película de Francis Ford Coppola. Podríamos decir, llevados por una especie de movimiento cuyo perfil elitista nos llevaría casi a lo helenístico y a Alejandría, que una novela nunca se podría comparar a una película. Son diferentes situaciones, que buscan, y en el caso de El padrino, encuentran diferentes sensaciones en el espectador. Mario Puzo y Francis Ford Coppola logran algo que parece imposible; realizan un compendio cadencioso y armonioso, cariñoso y también amoroso entre dos artes ligadas por la historia. En la versión cínica de mi mente, en cambio, pienso que Coppola se ajustó tanto al libro porque no tenía demasiado tiempo ya que realizó el padrino para pagar unas deudas. Marlon Brando es el amo y señor de la cámara. Sin más. Al Pacino aprende de él, sin duda. La importancia de los diálogos, la creatividad de la historia, el saber encuadrar la música, la solvencia de las actuaciones y el raciocinio de saber donde filmar y donde encontrar esas imágenes gloriosas es lo que hacen que la historia enganche y que sea tan difícil convertirse en un buen director. Gran film de Coppola, el quinto de su filmografía, realizado cuando tenía 32 años. Se rueda en exteriores de New York, New Jersey, California, Las Vegas y Sicilia y en los Paramount Studios. Gana tres Oscar (película, actor principal y guión adaptado). Producido por Albert S. Ruddy que me seuena de Million Dollar Baby, Eastwood, 2004, se proyecta en preestreno el 15-III-1972 (NYC). La acción tiene lugar entre 1945 y 1958, con desplazamientos ocasionales a California, New Jersey, Las Vegas y Sicilia. En cierto modo se puede considerar que la obra constituye una versión actualizada de "El rey Lear", de Shakespeare, y también, una revisión puesta al día de "Scarface" (Hawks, 1932). Una curiosidad es que el bebé del bautizo (Michael Rizzi) es Sofia Coppola, la hija del realizador, esa gran directora. La música, de Nino Rota, ofrece un acertado tema principal, triste, melancólico y de aires fellinianos, tomado de "Fortunella", canción popular italiana. Como música añadida se escuchan fragmentos clásicos (Mozart, J.S. Bach, Verdi), clásicos modernos (Irving Berlin) y composiciones del padre del realizador, Carmine Coppola (boda). La fotografía, de Gordon Willis ("Manhattan", Woody Allen, 1979), de colores brillantes, compone claroscuros muy contrastados quizás en honor a Caravaggio, (fue un pintor italiano activo en Roma, Napoles, Malta y Sicilia, entre los años de 1593 y 1610).
lunes, 24 de agosto de 2009
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