viernes, 28 de agosto de 2009

Teclados y palabras


Cuando se me ocurre este título para la entrada no puedo dejar de recordar una melodía de una Romanza o Canción sin palabras, de Mendelssohn, uno de los compositores más notables del romanticismo, de formación sólida y rigurosa, además de excelente pianista. Cuando escribo “formación sólida y rigurosa” a mí me llega una imagen: la cara de un profesor que tuve en 2º o 3º de Grado Medio. Era alto, moreno, con el pelo muy corto: atractivo, decían mis compañeras de Lenguaje Musical. Se llamaba Gonzalo. Era temido por todo el Conservatorio debido a su dureza con los alumnos y a su mano de hierro a la hora de calificar. Legó a decirme una tarde que no había preparado con demasiado ahínco unos pentagramas de una sonata de Beethoven: Óscar, si ves que te cuesta mucho compaginar las cosas y que no te gusta demasiado estudiar piano, si es demasiado para ti, ¿por qué no te planteas dejarlo? Yo, un muchacho tímido, pero conocedor del arte de la ironía, y más o menos de lo que era capaz, en un acto reflejo que iba a contrastar mucho, quizás demasiado, con la dureza y seriedad de aquel joven profesor, me eché a reír. Gonzalo no pudo evitarlo, sabía que lo que acababa de insinuar estaba fuera de lugar y que solamente era una estrategia para intentar fomentar el estudio de un par de pentagramas más para la semana siguiente; me puso su mano en mi espalda, gesto de camaradería, de cercanía entre profesor y alumno, y forzosamente nos reímos ambos. Fue gracioso; era humano. Recuerdo incluso con cariño su empeño y tesón. Aprendí mucho con él. El planteamiento de sus clases era interesante: desmenuzábamos las obras frase por frase hasta que próximos al final de la hora que teníamos, interpretábamos, normalmente yo, las piezas enteras (todo lo estudiado). El piano inculca disciplina. Yo haría obligatorio su estudio, como una nueva “mili”. Una de las cosas que siempre admiré de Gonzalo fue que nos obligó absolutamente a todos sus alumnos a leer en las navidades del año en el que tuvimos clase con él tres libros sobre el piano y su arte. Ayer los encontré y volví a ojearlos. Contenían todos los defectos, y el modo de evitarlos, que los profesores estuvieron más de diez años intentando eliminar. Los leí pero sin entenderlos del todo. Tendría 13 años. Un problema, un tanto grave, que yo tenía (ya no) era la tarea de memorizar todas las composiciones y mantenerlas en un alto grado de perfección interpretativa. En uno de los libros, Claves del teclado, Andor Foldes 1982, se dice:

La memoria musical puede ser netamente auditiva: es decir, una memoria que recuerda, ante todo, los sonidos mismos- tono, altura, timbre. Puede ser visual: la persona recuerda que cierta pieza comienza en la página de la izquierda, o que hay que dar vuelta la página al llegar a un determinado compás que contiene ciertas notas. O puede estar compuesta de reacciones mecánicas, musculares y nerviosas. La última- la llamada “memoria digital”- es la clase de memoria que nos permite recordar los movimientos que requiere la ejecución de una pieza determinada, o la digitación de un pasaje difícil quizá mucho tiempo después de haber olvidado todo lo demás conectado con él.- La memoria se vuelve muy pronto un hábito, una grabación físico-mental automática. Algunos de nosotros quizás tengamos magníficas memorias mecánicas, si bien nuestros sentidos auditivo y visual no funcionen tan perfectamente. Por otra parte, podemos, pertenecer en primer lugar al tipo visual, pero al mismo tiempo poseer una tendencia hacia lo auditivo o mecánico. Las condiciones más propicias se presentan, por supuesto, cuando se posee los tres tipos de memoria en forma pareja, quizás con un porcentaje algo mayor del más importante de ellos, el tipo auditivo”.


Decía algo más que ya me sorprendió con trece años (estaba subrayado con bolígrafo):
Las notas forman parte de un lenguaje, un lenguaje musical que debemos aprender tal como aprendemos el francés o el latín en el colegio. Es posible que sólo con el fin de recitarla una vez ante el maestro en una ocasión especial, pero no permanecerá en nuestras mentes a menos que sepamos su significado. Lo mismo ocurre en música; debemos saber qué es una sonata, una fuga, o un estudio, antes de memorizarlos.


Otro de los libros La moderna ejecución pianística escrito por el fundador del Conservatorio de Hannover, Karl Leimer en 1930. Todo el son ejemplos y clases teóricas sobre esos ejemplos. Contiene también valiosos consejos e ideas como la siguiente sobre un temor que algunos jóvenes músicos albergan, de este yo me desmarco un poco. Nunca, hasta ahora, me he sentido demasiado nervioso o impaciente por el público o a la presión. Escaso sentido del ridículo:

La mayoría de los profesores hacen estudiar las obras a sus alumnos sólo a medias. Contrariamente a ese criterio puedo afirmar lo que sigue, en base a mi experiencia y comprobación de años: Los mayores progresos, tanto en el sentido técnico como en el musical habrían comenzado precisamente a partir del momento en el que la mayoría de los maestros hacen suspender al alumno el estudio de una pieza para iniciar el de otra, a pesar de que en la anterior había todavía mucho que aprender, y quizás lo más importante. Los maestros cambian la pieza porque creen que de otra manera el interés del alumno decae. Pero precisamente el sutil trabajo de perfeccionamiento de todas las partes de una obra es lo que proporciona las mayores ventajas y el mayor provecho, y asegura a la vez los mejores progresos. Cuando la mayoría piensa que han terminado con una pieza, comienza recién el importantísimo trabajo de entrenamiento del oído y con ello el momento en que el alumno bien dotado musicalmente llega a interesarse al máximo en el estudio, debido al trabajo de perfeccionamiento de los detalles. Sólo entonces alcanza a concebir las ilimitadas posibilidades de mejoramiento y de progreso. Empieza a vivir la composición al penetrar todas sus finezas, que, como lo he comprobado, despiertan en él una gran alegría y placer en la práctica de la música, y cuya observancia le otorga una casi absoluta seguridad en la ejecución, de modo que a menudo llega a perder totalmente la sensación de temor ante el público.

Al leer sobre conciertos y sobre público recuerdo también el concierto de fin de curso con éste exigente profesor. Quería que ninguno de nosotros estuviese entre el público durante el transcurso del concierto y nos recluyó a todos en un aula contigua a la sala de conciertos. Ese día uno de los concertistas nos recomendó al resto que para liberar tensión justo antes de tocar, hiciésemos un par de flexiones. Aquello era un tanto ridículo (supongo que Gonzalo no estaba al tanto). Una chica, Laura, se llamaba, estaba demasiado nerviosa, recuerdo todavía su pálida tez. Le temblaban hasta las orejas. No quería tocar (y eso que lo hacía muy bien), iba casi obligada. Yo iba antes que ella y pude, por lo tanto, contemplar su actuación. Se levantó en mitad de su actuación por sus reiterados fallos (recuerdo que había muchas escalas ascendentes que llegaban casi al cielo en su obra) y porque su mente estaba tan pálida como su cara esa noche. Gonzalo, inmune a todo, permaneció sentado en su silla, golpeado por todas las miradas de la sala. Cuando se cerró la sala de audiciones nos felicitó a todos comentándonos algunos errores, de paso, y alguien le informó de que Laura estaba encerrada en el baño llorando. Sus palabras fueron: “que llore, que llore, que le viene bien”. Me gustaba mucho aquel profesor, no por sus palabras para con la chica, sino por sus ideas, por su cinismo, por su cultura, su ironía, e incluso, en ocasiones, sentido del humor. Por cierto, todo esto lo escribo porque acabo de encontrar una hoja llena de libros que él me recomendó que leyese. La había olvidado completamente, pero la mayoría ya los leí. También hay algunas películas.

Empiezo la casa por el tejado, hago las entradas del revés.

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