jueves, 8 de enero de 2009

El Inconsciente en Psicoanálisis

Para comenzar debemos explicar que el texto que vamos a comentar comprende las páginas 1697 y 1701 del segundo tomo de Obras Completas de Sigmund Freud. El autor le ha dado el título de “Algunas observaciones sobre el concepto de lo inconsciente en el psicoanálisis”. Si nosotros pretendiésemos explicar a alguien a qué nos referimos cuando aludimos al concepto “inconsciente” en Psicoanálisis, no podríamos recurrir a un diccionario convencional, ya que en él aparece el término inconsciente como un adjetivo que se aplica a una persona que no está consciente, a alguien que actúa sin reflexión ni prudencia. Pero en psicoanálisis, desde un punto de vista amplio, que matizaremos a lo largo de este comentario, inconsciente hace referencia al conjunto de procesos psíquicos indeliberados, motivadores de la conducta del individuo que ejercen su función de manera independiente a la conciencia de éste. Cuando estudiamos el texto de Freud lo primero que llama la atención al lector es que el autor llama “consciente” a la representación que se halla en nuestra conciencia y es centro de nuestra percepción. Y divisamos, en cambio, que para definir el término “inconsciente” recurre a “aquellas representaciones latentes de las que tenemos algún fundamento para sospechar que se hallan contenidas en la vida anímica”. Debemos extraer, así pues, de tales definiciones y, en general de todo el comienzo del artículo de Freud, que una representación inconsciente es algo que no percibimos pero que podríamos aceptar que existiese gracias a la que llama el autor “sugestión posthipnótica”: esto consiste en que una persona se quede en estado hipnótico, bajo la influencia del analista. Después se le ordena una acción que debe realizar en un momento cualquiera posterior a su estado hipnótico. Se despierta a esta persona y ésta vuelve a ser consciente de sus actos pero, no obstante, en el momento que había sido determinado surge en la persona un impulso que lo lleva a efectuar la acción que le habían ordenado. El propósito, debemos concluir, existe en forma inconsciente en el ánimo del sujeto, y cuando llega el momento de llevar a cabo la acción ordenada pasa a convertirse en “consciente”. Pero lo que en el momento de ejecutar la acción surge en la conciencia no es el propósito en su totalidad, sino tan sólo la representación del acto que la persona debe ejecutar. Pasa Freud, en los siguientes párrafos de su artículo, a exponer el caso de los pacientes histéricos, cuyos comportamientos anímicos están repletos de ideas poderosas pero inconscientes. Ellos, los histéricos, dominan estas representaciones inconscientes. Los vómitos, afirma Freud, de una paciente histérica pueden ser una consecuencia de su idea de que se halla encinta (pero lo extraño, y revelador de todo esto, es que esta persona no tiene conocimiento de esa idea). Freud llega a la convicción de que existen ciertas ideas latentes que no penetran en la conciencia por muy fuertes que sean: denomina “preconscientes” a las ideas latentes que se hacen conscientes cuando adquieren fuerza; y llama inconscientes a las ideas que hemos observado en las neurosis, es decir, las ideas latentes que no penetran en la conciencia por muy fuertes que sean. Inconscientes son, en definitiva, aquellas ideas que se mantienen alejadas de la conciencia del individuo. Dentro de la actividad psíquica, por lo tanto, encontraremos un preconsciente eficaz (que pasará fácilmente a conciencia) y un inconsciente eficaz, que esta disgregado de la conciencia. Pero ¿vienen propuestas estas partes de nuestra actividad física desde un principio o son consecuencia del itinerario de los procesos psíquicos? Freud afirma que lo inconsciente es una fase regular e inevitable de los procesos que cimientan nuestra actividad psíquica: todo acto mental comienza por ser inconsciente, y puede continuar siéndolo o progresar hasta la conciencia, desenvolviéndose, según tropiece, o no, con lo que en psicoanálisis se llama resistencia o defensa y que no deja de ser un obstáculo que establece el propio sujeto. La diferenciación de actividad preconsciente y consciente no es primaria, sino que se establece después de entrar en juego la llamada defensa. Solo entonces adquiere valor la diferencia entre ideas preconscientes e inconscientes. Para completar esto debemos aludir, como hace Freud, también, al fenómeno de los sueños. En ellos ocurre que la actividad diurna ha despertado una serie de ideas, ellas durante la noche se ponen en conexión con uno de los deseos inconscientes que desde la infancia llevamos reprimidos y excluidos de la existencia consciente. Según Freud “gracias a la energía que les presta este apoyo inconsciente recobran su eficacia las ideas residuales de la actividad diurna y quedan capacitadas para surgir en la conciencia bajo la forma de un sueño”. Ocurren, según el autor, tres cosas: lo primero que las ideas han sido maquilladas y deformadas; lo segundo que han conseguido ocupar la conciencia en una ocasión en que no deberían haberlo hecho; y por último ha ocurrido que una parte de lo inconsciente ha logrado emerger en la conciencia (lo que normalmente no puede llevarse a cabo). De esto podemos concluir que “las leyes de la actividad anímica inconsciente se diferencian bastante de aquellas que rigen la actividad anímica consciente”. Por su puesto no nos ocurre lo mismo mientras dormimos que mientras estamos despiertos. Lo que Freud comenzaba soslayando como un nuevo y enigmático carácter de un proceso psíquico se ha convertido para nosotros fundamentalmente en “la pertenencia” a un sistema de actividad psíquica que se nos muestra caracterizado por el hecho de ser inconscientes todos y cada uno de los procesos que lo constituyen. Cualquier cosa que pertenezca a ese sistema pertenece a “lo inconsciente”. Este es el sentido más importante (según Freud) que ha adquirido en Psicoanálisis la expresión “inconsciente”.

2 comentarios:

Raquel dijo...

Siempre creí que lo inconsciente no era más que aquello que nos negamos a aceptar aunque sepamos que es verdad y que, por ello, de vez en cuando vuelve a rondarnos la cabeza y marearnos con mil dudas. Al menos en mi caso yo lo "siento" así. Aunque quizá Freud tenga razón.... ;)

Anónimo dijo...

SOLO QUIZÁS...