lunes, 5 de octubre de 2009

ABBA: La revolución Sueca

Nueve de la noche. Nos bajamos del metro de Londres cargados con las maletas. La estación era Lambeth Road. Del mismo modo se llamaba la calle que buscábamos. Era muy larga. Teníamos el número del portal añorado: en él se encontraría la residencia. Internacional House, se llamaba. Nos encontrábamos en medio y medio de la calle y decidimos probar suerte hacia la izquierda. Sería más fácil interpretar el sistema de numeración de los portales pero nos resultó demasiado complicado. Llegamos al extremo sur de la calle que buscábamos y la residencia no aparecía. Un muchacho indio nos ayudó al vernos cara de perdidos. Su consejo fue fructífero:

Id hacia el otro lado, nos dijo.

Evidentemente lo obedecimos y encontramos rápidamente la residencia. Todo iba viento en popa y al instante ya estábamos mi amiga y yo compartiendo nuestra twin, la 404. La residencia había sido muy barata y la verdad no estaba mal del todo sin contar el rancio olor de la cocina y el hecho de compartir baño con más gente cuando habíamos pagado lo contrario. No nos importaba demasiado. Pasaron cuatro días y conocimos a otra chica de la residencia que vive cerca de nosotros en Galicia. Ella fue quien nos informó una mañana de que nuestra querida Internacional House se había inundado. Por ello la recepcionista me detuvo a la entrada y me sugirió que deberíamos irnos a otra residencia propiedad de la Universidad de Westminster en plena Marylebone Road, justo al lado de la mítica

Baker Street.

Tomamos el metro y paramos, eufóricos, porque sabíamos ya que la residencia era mucho mejor

que la anterior, en la Baker Street Station.


Nuestra habitación compartida se convertiría en individual. El recinto lo protegían una serie de porteros (la mayoría de ellos personas negras y muy musculosas) que producían seguridad y nerviosismo a la vez. Todo era maravilloso. Teníamos habitaciones individuales en un piso 11, con baño propio y una cocina preciosa y nueva, sin haber pagado ni una libra más. Se suponía además que nos quedaríamos en esta residencia toda nuestra estancia. Maravilloso. Lo sabíamos. Demasiado, quizás. Lo extraño, por calificarlo de alguna forma, fue el poco talante del que hicieron gala los trabajadores de la residencia al dejarnos una notificación en el suelo del pasillo de nuestras habitaciones para informarnos de que nos invitaban a dejar su residencia ya que “tendrían que arreglar una avería y nos iban a dejar sin agua caliente tres días, al menos”. Milagrosamente nuestra residencia antigua y más barata ya había sido arreglada en apenas una semana, coincidiendo ¡casualidad! con el arreglo de la nueva y más cara. Evidentemente, como haría cualquier persona con marcado carácter peninsular, nos negamos a irnos. No está bien enseñar un caramelo a un niño y después robárselo. Decidimos quedarnos en nuestras habitaciones, pues ellos simplemente en la carta nos avisaban de que habían hecho el papeleo necesario para nuestro regreso a la Internacional House debido a los problemas con el agua caliente. Nos quedaríamos incluso con agua fría. Lo curioso es que el día 21 de septiembre llegó (era el día en que comenzarían el agua fría a reinar) y el agua se seguía calentando. Fue dos días más tarde cuando decidieron hacernos el feo. En la nueva residencia éramos a penas 5 españoles. Nos hacíamos los suecos. Todos nos quedamos, en pie de guerra. Pero fue una guerra psicológica. Los orientales (chinos y japoneses) la mayoría no la resistieron y volvieron a la antigua residencia. Nuestro grupo rebelde, sin pasar ni un solo día por recepción (excepto dos buenas broncas de una agradable mujer que había estudiado en su juventud Filología Inglesa) llevamos a cabo la revolución sueca. Nos denominábamos ABBA. Dos de nosotros nos duchamos los dos días que cortaron el agua caliente en una especie de agua fría. Un tercer miembro del equipo, siempre el más sofisticado de nuestro pelotón, calentaba agua en potas/cacerolas en la cocina para hacer más placentera la higiene. Habíamos perdido la batalla. Nuestro antídoto contra las pantallas repletas de nuestros nombres era efectivo y luchaba también contra los papeles pegados en las nominales paredes: Wanted:

El método consistía en irse muy temprano de la residencia (teníamos clase a las 9) y volver lo más tarde posible (en Londres eso es sobre las 10 o 10:30), y además solíamos pasar con auriculares por la zona del mostrador de recepción y sin girar la vista hacia el trabajador caza recompensas que nos buscaba. Tras la segunda bronca de la única componente del grupo que rompió la ley del silencio y dirigió la palabra con los recepcionistas el milagro del agua caliente se produjo de nuevo y pudimos ducharnos a gusto hasta el final de nuestra estancia londinense. La victoria fue celebrada. Perdimos la batalla, pero nos quedamos hasta el último día en la Residencia de muchas estrellas y sin pagar, por lo tanto, ganamos la guerra. ¡Vivan los Suecos!

Basado en hechos reales

(odio escribir esta última frase: es solo un chiste)

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