Cuentan que ocurrió (no recuerdo ni quien ni donde) que Demetrio de Falero, un gran viajero, estando en Grecia, convenció a los atenienses, tarea no demasiado cómoda, para que enviasen a Alejandría los manuscritos del genial dramaturgo Esquilo (que estaban depositados en el archivo del teatro de Dionisos, en Atenas), para ser copiados. Por aquellos tiempos, cuando se hacía una petición como ésta, la costumbre era depositar como rehén una elevada cantidad de dinero hasta la devolución de los textos. Los manuscritos llegaron al Museo, a Alejandría,Ptolomeo Filadelfo se hicieron las copias correctamente, pero no volvieron a su lugar de origen, sino que lo que se devolvió fueron las copias realizadas en la propia biblioteca. De esta manera perdió la gran suma del depósito cedido, pero prefirió quedarse para su biblioteca el tesoro que suponían los manuscritos.
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